domingo, 25 de octubre de 2009

::SOBRE RICHARD AVEDON EN RONALD FISHER::



Partiendo de la estéticamente sencilla imagen sobre la cual trataremos de abrir un estrecho camino explicativo (sencilla siempre en cuanto a continente planteado, mas nunca -al menos en esta ocasión- en contenido), nos damos cuenta de la enorme importancia del saber ver (cuando apreciar los detalles, siendo individuos acostumbrados a sortear -por encima- las apariencias y evidencias, y detenerse en aquellos posibles signos presentes en segundos planos) y del saber pensar.

De este modo, nos estamos enfrentando a una habitación cerrada y desconocida (no sabemos si grande o pequeña, si amplia o agobiante, si barroca o espartana...) hacia la cual debemos dirigirnos en posesión de la llave adecuada; sensibilidad, inteligencia, memoria, cultura artística, mirada predatoria, capacidad relacional... todos estos elementos nos ayudarán (convirtiéndose en armas a utilizar en nuestro embate) a advertir las verdaderas claves de cualquier imagen. También entre ellos se ayudan, siendo algunos los puntos básicos operativos destinados a fortalecer los siguientes, o bien otros los que nos permiten establecer relaciones entre las imágenes y los campos temporales y paradigmáticos... y es que no parece nada sencillo jugar una partida de ajedrez siguiendo el camino opuesto al que habitualmente siguen los jugadores.

Esta imagen (sencilla, como ya antes habíamos señalado y es mi deseo dejar claro) nos proporciona una serie de elementos visuales que antes de nada debemos recontar, y que aparecen como un inicial y primigenio fondo blanco cuando neutro, una figura (ser humano con característicos rasgos, como su –parcial- desnudez) y un tercer componente en forma de insecto. Nos importan comparativamente menos sus implicaciones de forma individual, como la complicidad que mostrarán en cuanto a conjunto conceptual; y sin embargo, hasta llegar a tal nivel analítico debemos todo desmenuzar: éste ser humano se nos presenta de un modo completamente artificial, adoptando una postura que sin duda desvirtúa su presencia real, y dirige nuestros pensamientos hacia el lugar que el autor desea; este modelo ha seguido unos cánones estéticos impuestos por el director, siendo así que su enfrentamiento con la lente podría ser (de hecho sin duda lo es) completamente artificial.

Parece que debemos seguir la senda marcada por Avedon, relegando nuestro camino analítico al suyo. Pero continuemos: un ser humano común y corriente cuando desconocido, absolutamente vendido, como venimos diciendo, a los oscuros propósitos del autor. ¿Oscuros? ¿Tal mordaz palabra es necesario utilizar? La creo acertada, en efecto, pues toda utilización del ser humano, en la cual se "obscurece" su propia presencia en favor del anhelo del otro, debe ser considerada de tal modo; no importa entonces lo que esa persona sea o pueda explicarnos, sino el cómo podemos utilizarlo para contar lo que deseamos, haciendo uso, en el fondo, de una falsa antimoral semioculta, lo cual es aun peor y más peligroso que la propia moral.

"Inconscientes propósitos de Avedon". Se ha dicho de sus obras que quiere el autor "pintar una cultura arruinada que vomita víctimas a montones: inadaptados, vagos, degenerados, drogadictos y presos".

¿Acaso no es él mismo el inadaptado, vago, degenerado, drogadicto y preso? ¿No está continuando sus inicios con la caracterización de la gente, la caricaturización que tanto afirma haber dejado atrás debido a la poca honestidad y absurda necesidad que mostraba?; Avedon sigue ahorcando a sus modelos, oculto, el muy cobarde, en la honestidad; nada hay más violento e insano que un artista moral (y aun peor si sólo creyese que lo es).

Así, los modelos que utiliza por supuesto sienten una confianza ciega en la simpleza de una inocente pose estática para "salir en una foto" (parecen no querer saber que Avedon es el director de escena); la presunción del género afirma que los sujetos son constantes narcisistas (engañados), y que los fotógrafos son adoradores profesionales; ahora el fotógrafo es el narcisista, queriendo verse en los rostros del resto del mundo y condenado a adorarse de por vida. Es seguro que la mayoría de aquellos modelos "elegidos" poseían unas determinadas personalidades (más o menos marcadas, más o menos certificadas) que se han visto sumidas en el más absoluto oscurantismo, partiendo, de todas formas, de la aplicación de una etiqueta en concreto a cada persona (bendita amalgama de tipos) y de la dionisíaca referencia de un pensamiento por cada imagen finalmente manufacturada. Avedon sí nos quiere llevar por "el buen camino" (al menos "su camino"). ¿Debemos negarnos? Concedámosle el beneficio de la duda y continuemos con el análisis, pues es perfectamente posible que nos estemos engañando.

Avedon plantea una, en efecto, implacable frontalidad del retratado (poco nos importa ahora quién sea) y provoca, además, dentro del campo de esa misma violenta frontalidad, un acercamiento por veces excesivo, exagerado, (¿Angustiante?) que comprime a la víctima con la excusa de presentar el marco de confrontación por excelencia; adquiere el anhelo de frasear de manera visual las relaciones entre los pobres sujetos y el fotógrafo Maquiavelo. Sus retratos son apilados en la zona de la gran expresividad haciendo uso del mínimo decorado (no es cuasi preciso mencionar de momento el puro fondo blanco), desvirtuando (de nuevo) al modelo y reduciéndolo a un símbolo (estereotipos) en concreto, perdido en un espacio (sin duda la nada) que el mismo Avedon explica "como un gesto construido a medias con el fotografo". ¿Cual es el papel del modelo? No importa lo que piense o razone; no importa lo que crea que va a aportar; su implicación se ve reducida al azar del hombre, azar fisiológico en el que el verdadero artista aprecia lo que desea expresar "para lo que sea". Pero entonces no es Avedon un maledictus demens latro (maldito loco ladrón), sino un artista. Un verdadero artista que ve donde otros no ven y capta lo que otros no captan.

Cierto pero falso.

Supongo que como todo en este lugar; pues lo que es cierto, lo es para unos y nunca para otros. El gesto nunca es construido a medias con el fotógrafo, ni el modelo es un signo gráfico en el espacio, ni se acaban plasmando las relaciones entre los sujetos y el fotógrafo; no en el caso de Avedon. Los diálogos que mantiene con los modelos en presencia de la cámara son falsos, al igual que la "inmensa/intensa complicidad con los retratados". Sólo el espectador alcanza dicha fase. El (¡cómo no!) visionario siente una inclasificable tensión del todo permanente que se crea con la víctima fotografiada. Avedon decidió alejarse de la vacuidad para caer en la tortura.

Supongo que a estas alturas queda clara la situación de sus obras -de esta obra-, como imagen ni siquiera crítica en cuanto a estética (sí representativa, como él desea -algo sencillo de concluir y realizar-) sino egocéntrica en cuanto a contenido; los sujetos son buscados para representar, con sus peculiaridades, el rostro del propio artista. No es más, al final, que una lucha de personalidades que Avedon tiene ganada antes de comenzar; el anonimato de los rostros que utiliza le sirve para ello, pues es seguro que con otros no podría; con aquellos rostros de más personalidad no pudo atreverse.

Esta imagen nos proporciona la información que proviene de los accesorios (tanto de los que están como de los que no están visibles, a veces más presentes) más que del anunciado "diálogo con el fotógrafo", pues repito que los que finalmente conversan son el expuesto y el espectador. Aquí en concreto, sí hay lugar para los adornos (aunque cuando más presentes se encuentran es cuando no son presentados, lo cual nos aporta tema sobre el cual monologar durante "algo más" que unas pocas páginas) y sí se crea la complicidad que afirmo, cuasi más que en otras imágenes del autor; es la más mancillada, la más retocada, la más desvirtuada, y la que más nos hace recapacitar sobre las prioridades de Avedon (y sus prisioneros); él mismo acabó admitiendo el hecho de crear la representación de su biografía con los rostros de otra gente, lo cual parece exculparle de todo daño que pueda realizar. No nos extraña entonces que anhelase encontrar gente que "comprase un sueño", pues sabe que la mayoría lo hace (y si no puede, lo desea). No se le puede restar inteligencia, astucia, e incluso visión de artista a este fotógrafo tan reconocido; en efecto presenta un gran conocimiento del medio y una gran curiosidad.


Nosotros aparecemos enfrentados a este peculiar personaje de ficción, y extraemos nuestras propias conclusiones, pues borregos no somos, y no nos equivocamos con tanta facilidad como otros habrían deseado. Miramos el fondo blanco y apreciamos la potencia aportada a la expresividad y energía del rostro (que por supuesto poseería de por si, pero se ve complementada) aislándolo al mismo tiempo; la nada, como antes he afirmado; parece que el hombre esté solo, y pensamos en las palabras de aquel gran pensador que confirmó el principio de amor al prójimo: "ayúdate a ti mismo y todo el mundo te ayudará". Avedon, no cabe duda, es el primero en ayudarse a sí mismo. Pero entonces ¿Es moral o antimoral esta imagen extraída de sus deseos? Un cuerpo desnudo se viste con abejas (símbolo arcaico del trabajo) en escalas de grises; las tensiones colorísticas se ven reducidas cuasi al mínimo para evitar que la mirada del espectador (que podría verse distraído) acabe la historia que se nos narra, en un final lugar (aquel del que estamos hablando a lo largo de este escrito), completamente distinto al que desea Avedon.

Casi pertenece más al imperio de los insectos que al de los humanos este pobre hombre; parece un ser excluido al cual sólo un fotógrafo (el fotógrafo) puede convertir en una luz del día permanente. Pero Avedon se convierte en un polichinela al que la gente toma en serio en lugar de reírse de el -lo cual se hace con todos los polichinelas-. "La realidad nos muestra una maravillosa riqueza de tipos, una verdadera exuberancia en la variedad y en la profusión de las formas" dijo Nietzsche en una ocasión; Avedon lo sabe y lo explota (la mayoría del trazado así pues ya recorrido), y también sabe cuan cierto es que los banqueros piensan enseguida en su dinero, los cristianos en el pecado, y los apicultores... en las abejas (así como los artistas en el arte). Distinto habría sido contar lo que se nos presenta sin utilizar aquel tipo de recursos ya demasiado registrados. Avedon, vuelvo a afirmar, juega con la moral del espectador (además de con la suya propia, peligrosamente) para que nos sintamos bien o mal. Pero aun queremos que nos lo explique, no admitiendo conciencia hasta darle alguna motivación, incluso sabiendo que "una explicación cualquiera es preferible a la falta de explicación" (también Avedon sabe esto).

El anthropos logos (estudio del ser humano) se debe extraer por el aprender a ver, a pensar, a hablar y a escribir; acostumbrar los ojos al reposo y a la paciencia, y de esta forma a dejar que las cosas se acerquen en su mejor estadío. Así vemos la mentira de la imagen a analizar, mentira encubierta, por supuesto, pero así nos la presenta Avedon, conociendo el odio que existe por la mentira y el disimulo (absurdo odio, me permito añadir) porque la ley divina prohíbe el engaño. Es demasiado cobarde para mentir abiertamente, y sin embargo, sabiendo todo esto, nos presenta al apicultor por medio de la capacidad relacional que posee la gran escala en cuanto a su consideración por parte del espectador; estamos de igual a igual frente a la mentira y así tendemos a considerarnos inferiores; nueva mentira, tema que Avedon parece dominar con perfección extrema.

Llegando al final de este nada disperso comentario (cuando se pide una sola letra hay quien cede todo el abecedario) notamos cómo la obra misma busca a Avedon, pues comprende que sin la perenne figura de su creador no es nada; hemos visto, hemos pensado, y hemos llegado un poco más allá de lo que nos habían pedido.

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