lunes, 2 de noviembre de 2009

::RETRATO DE SOCIEDAD #63::



TÍTULO: "Retrato de sociedad #63" o "Das problem ist schwer verstehen".
AÑO DE REALIZACIÓN: 2003.
TÉCNICA: Mixta.
SOPORTE: Madera.
MEDIDAS: 65 x 40 cms.
PRECIO: 450 Eu.

Este trabajo pertenece a una serie de 20 obras que se exponen unidas conformando un único trabajo. Tal comunión de creaciones tiene como objetivo la narración visual de una historia de amor, o más bien, la narración del estereotipo de la verdadera y general historia de amor.

Y sin embargo, como acostumbro, la lectura de tal historia relatada nunca es tan sencilla como puede en un principio parecer. Las trabas, en esta ocasión, se corresponden con el orden aleatorio de la colocación de los trabajos en la final composición (siempre variando tal orden cada vez que son expuestas), la utilización de un idioma no global como es el alemán, el uso directo de unos colores que inciden de manera brutal en la lectura de cada uno de los pequeños cuadros, y la expresividad o gestualidad de cada uno de los retratos.

El modelo elegido para la historia coordina en cada uno de los gestos una unión importante con la (o las) frases que acompaña, funcionando además, cada obra, como un retrato de sociedad independiente que puede ser mostrado lejos de sus hermanos. Precisamente este importante factor de independencia es el que aporta si cabe más peso a la historia final, pues cada cuadro nos habla de ciertos aspectos que complementarán la narración visual final.

La obra "Das problem ist schwer verstehen" es la obra número 11 (del orden correcto) de la composición de 20 que son expuestas a cada ocasión.

::DESDE EL ESPACIO DE TRABAJO HASTA MI ESPACIO DE TRABAJO::

-SOBRE EL SPATIVM-




Escrito con espíritu de ensayo relacionado con la obra de Jürgen Partenheimer “Al genio del lugar: el espacio de trabajo”


En efecto “un lugar en el que se producen operaciones constructivas que nos permiten el desarrollo de nuestras interrogantes como sujetos no puede permanecer como un espacio extraño”, pues siempre nos encargamos de familiarizarlo actuando sobre dicho espacio hasta hacerlo nuestro, convirtiéndolo así en una clara proyección de nuestra personalidad; todo cambio, introducción o eliminación de elementos (incuso así como su disposición con mayor o menor entropía) cualesquiera que estos sean, actúa como un espejo espiritual. No podemos considerar por tanto acertada la presentación de la idea que alude al concepto de que sea el espacio el que sobre nosotros trabaja, estando constantemente relegado a nosotros mismos. Sólo una vez que dicho espacio adquiera un estatus (aunque temporal, la mayor de las veces) definitivo (admitiendo y presentando que tal estatus o carácter definitivo del espacio sería la aceptación del uso del método de viviendas cambiantes), vemos cómo dicho espacio nos reafirma en nosotros mismos (“aquellos que soy”, “aquellos que cada uno de nosotros somos”).

Sólo si eso acabase por fijar la significación de la influencia del espacio, así entonces podríamos afirmar que el espacio trabaja sobre nosotros.

Se impone como primer caso (todavía / aún inconsciente) la elaboración de un espacio recibido como nuevo hacia la familiaridad por nuestra consciencia concebida para así materializarlo siempre el la medida de “lo posible”.

“El espacio nos marca y nos propone una trayectoria en la que se produce una continua toma de decisiones hasta terminar en la construcción de obras”.

Según de aquel modo en base al cual sea por nosotros entendido el espacio, este poseerá una distinta importancia e influencia en nuestro entendimiento. Si el espacio de trabajo es aquel habitual en el transcurrir de nuestros días, habiendo sido nosotros los que lo hemos creado (alejamos en estos momentos cualquier otra consideración de espacio como entorno cultural y social, ciñéndonos a un habitual lugar de trabajo), estaremos entonces nosotros actuando sobre nosotros mismos.

Cierto es que aparenta un gran teatro (en el cual la tragedia y la comedia se interrelacionan y dónde somos al mismo tiempo actor y espectador de la acción de “el otro”) donde la improvisación juega el papel que le concedamos ante los sucesos que van surgiendo. Precisamente dicha improvisación es el “articular sistemas que desvelen y posibiliten nuevas relaciones entre las cosas (…), tarea fundamental del artista” (improvisación que se basa en el nivel y aplicación de los conocimientos poseídos y que por lo tanto algunos deseamos tratar de distinto modo -menos azaroso- denominándola -ya transmutada- una “evolución de carácter lógico”).

Toda esa amalgama de, pongamos por caso, tazas y platos (cruenta cotidianeidad que por seguro inunda nuestra visión y por tanto nuestra consciencia) que la mayor parte de las veces colocamos nosotros en los lugares que finalmente ocupan, ¿Acaso no son más que un grito de afirmación de la vida, de nuestra existencia, de “deseo de comprobar” a toda hora que seguimos en este lugar, imponiendo de continuo determinadas normas en el que a partir de un determinado momento pasa a ser (o se lucha por ello) nuestro personal territorio (nación) imposible en el fondo de compartir? ¿Aparece realmente como claro / evidente el acto de intimar con una serie de determinados objetos cuando por seguro debemos considerar que han sido íntimos desde el preciso momento de su elección y proyección por tanto de nuestro yo / ser? Siempre estamos pendientes de dichos objetos (cosas), por lo que el análisis que podamos hacer de su forma y disposición, será únicamente (que no simplemente) una revisión sobre nuestra existencia, lo cual nos llevará directamente frente a conductas a las que en realidad aprecio que podríamos llegar de otro modo, sin necesidad de observar dicho espacio.

Sin embargo: el diálogo que se crea con el espacio en el cual trabajamos es entonces un diálogo con nosotros mismos (lamento repetir) en el que somos entrevistador y entrevistado, y de cuya discusión (defendiendo cual platón la búsqueda y posibilidad de encuentro con la verdad por medio de la interactuación con los demás, con el simposion como banquete lento cuyo primer objetivo sería la excusa hacia el diálogo. De este modo los dos, tres o más que en realidad somos, dialogan para ver cumplido su objetivo) se extrae la obra escondida en cualquier recoveco. Un “saber observar” que se hace patente en aquel visionario que logra sacar al exterior lo presente pero oculto, y no en aquel otro que se pierde constantemente en un (a pesar de todo tenaz) constante devenir y sin final.

Más ninguno de ellos es “mejor” (aunque este término no sea realmente el más adecuado) que el otro.

Bien. Centremos el motivo del presente documento; adecuémonos de una vez por todas (o intentémoslo, de cualquier modo) al objetivo real a presentar: el taller; mi taller; mi spativm.

“…desvelar orden que nos permanece oculto, de crear un sistema de interrelaciones entre aquello que podemos denominar la realidad del taller, y que no es sino un cúmulo de ideas, sensaciones y pensamientos, base para las obras que en él construimos”.

Nada parece estar en su sitio por lo que cambio, añado y sustraigo elementos de forma constante. Esto aparece en claro contacto con el concepto de continuo cambio, en efecto fruto de la propia acción de habitar, mas llevado a límites de disponibilidad sinceramente exacerbados. Retratos de Poe, Nietzsche, Husley, familiares, desconocidos… se encuentran de repente viajando de norte a sur del habitáculo en el que temporalmente residen. En esta serie de trayectos una prostituta cambia constantemente de compañía y mi propio hermano dialoga (con mejor o peor fortuna) con Hopper o con Hesse. En este espacio los límites son siempre terreno de permanentes tensiones (la mayor parte de las veces de carácter cínico, refiriéndome ahora tanto a los límites de los espacios ocupados por nosotros, como a los límites de los espacios que mis cuadros soportan entre ellos). Lo estático remataría en un taedivm vitae (un tedio de la vida) y aquella prostituta acabaría gritando <> (dios mío, dios mío, ¿por qué me has abandonado?)

Asimilo entonces la idea de precisar, modificar, corregir y alterar, pero siempre como llave y acto anterior destinado a componer para de nuevo ser capaz de crear. Entonces los cambios no suceden aleatoriamente, mas (¡como no!) formando parte de un método de pensamientos y sentimientos, aspectos que sólo yo conozco. Únicamente yo se (¿Con certeza?) lo que en cada momento pienso y siento. De este modo todo el escenario que (acumulo) compongo adquiere carácter de máscara, pues muestro solamente una traducción o interpretación sensorial de mis pensamientos y sentimientos que no se ven ni se tocan. Se traduce entonces este aspecto en un acto de fe, no pudiendo nadie (excepto yo) en ningún momento conocer si los “besos, caricias, abrazos y frases eróticas” que intercambio en el taller con mis obras son genuinas, exageradas o totalmente falsas. Así pues, no son más nuestros espacios que islas aisladas e incomunicadas en lo más nuestro e íntimo.

“de la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país”
anónimo contemporáneo.

No se convierte pues mi espacio de trabajo en una democracia (considerando que ningún espacio personal, en este caso taller de trabajo, lo sea o deba serlo) sino más bien en una oligarquía: mandan unos pocos (¡a quien yo se lo permita, en todo caso!).

Esa oligarquía, por otra parte, que mantengo, recibe las implicaciones de un deseo o persecución de convertirse en un ideal espacio de trabajo (en el fondo todos proyectamos esa sensación), un espacio utópico de todos modos (ou-topos / u-topía / no-lugar), y en base a esta aspiración (aunque no queramos reconocernos en la búsqueda de tal quimera -y afirmo quimera pues en nuestra imaginación la utopía sí es posible-) conformamos lo que provocamos día tras día como sucedido en nuestro espacio.

Aquel método antes comentado e iniciado como concepto en el presente texto, aparece (según mi aplicación del mismo) como una progresión poseedora de un ritmo tan complicado (e implicado) que por apariencia podríamos a priori afirmar que no posee un sentido. Desde otro camino: aceptando como verdad que el método (la configuración del mismo) aparece introducido con el objeto de “aceptar la realidad de lo incierto”, tal vez yo más que otros reafirme el método como una más que aceptable vía hacia el orden mediando el uso de la razón, ratificando así la posición de la filosofía como nombre propio de dicho método.

Si ahora realizase un recorrido profundo por la memoria (voluntaria) que atañe a este período de trabajo en el adjudicado espacio, llegaría a la curiosa revelación de que aquel lugar de reposo de la mirada ha acabado siempre fijado en un indefinido punto reincidentemente inmerso entre los límites de la galería (siempre cambiante, me permito repetir) de rostros y sus diferentes actitudes. Es acaso el reposo del guerrero, el Valhalla, los Campos Elíseos a los cuales me es permitido (o tal vez no por permiso sino por capacidad) ir, re-conocer y regresar cuantas veces lo desee.

En el proyecto que he concluido en manejar (anhelo extensivo hacia tiempos futuros) los elementos espacio y tiempo poseen características que podrían comprobarse desvinculadas desde el momento en el cual la evolución del espacio de trabajo se ha visto encauzada a partir de un ya predeterminado método de movimientos, y la evolución temporal nace desde un principio sin relaciones interobjetuales. La idea, repito, ha surgido antes que el objeto, aspecto a partir del cual podemos precisar que únicamente lo esencial aparece como prioritario (y acaso único). Solamente las incursiones bárbaras (referidas estas al continuo cambio de fronteras y objetos ajenos que aparecen introducidos de forma aleatoria en mi espacio) intentan de algún modo traslocar y desviar la mirada de la que hago uso para la creación. No lo consiguen. Es más: amplío los límites de manera conceptual recayendo ésta en la influencia en otros espacios. Así pues, mi espacio se considera espartano; incluso por desarrollos de proyecto, lacónico.

Si aceptamos que no es un “operar estratégico el que debe predominar en el taller” (pues cierto se supone que el creer saber de antemano lo pretendido pasa a convertirse en un imperar dictatorial –emperador- que elimina libertades esenciales), en ningún momento esta aseveración elimina alguno de mis postulados, de mis creencias. Únicamente intento ser responsable de lo que afirmo, nunca su esclavo.

Para terminar, queda por apreciar que si bien intento ahuyentar en esta ocasión el análisis, y deseo simplemente compilar una serie de determinadas consideraciones de carácter personal, no es ello mas que una elongación (véase un alargamiento accidental de un nervio o miembro, en todo caso) de “aquello que traduzco”; una obra; un escrito; un pensar con libertad siempre procurando por supuesto ser más amigo de la verdad que del mismo platón.

::COMENTARIO SOBRE INTENCIONES Y RESULTADOS::

(Comentario con espíritu de ensayo escrito sobre “Notas sobre intenciones y resultados”, de Txomin Badiola.)


La eterna búsqueda del sentido en el mundo que hemos elegido.

Interesante y acertada sobremanera la comparación que Badiola realiza adjudicando la figura del minotauro a la aspiración del sentido y el laberinto todo aquel mundo que rodea (que incluso atrapa acotando y definiendo en sumo grado grandes espacios cerrados de los cuales será siempre difícil escapar) de textos artísticos en todas sus dimensiones. ¿Es en el fondo contra esto contra lo que se lucha? El clandestino hijo de Egeo se convierte en un nuevo héroe, ideal espejo en el cual verse reflejado si uno de nuestros grandes motivos existenciales es no perderse en el laberinto y derrotar al hijo de Pasifae. Según esta comparación, la aspiración a un sentido, el deseo de conseguir y controlar el concepto de sentido que se busca casi sin esperanza aparece definida por una mezcla entre razonamiento y visceralidad, entre lo humano y lo animal.

Ya hemos supuesto algo. La respuesta a las preguntas de para qué somos artistas y para qué sirve el arte encontrarán en la respuesta la perfecta comunión entre el aspecto humano y animal (acotando lo humano como lo dependiente de la razón y lo animal perteneciente al sentido ilógico de los sentimientos, de lo poético). Teseo salió del laberinto guiado por el hilo de un ovillo que le facilitó Ariadna. Así se convierte en la aspiración del artista mientras que la hija de Minos puede poseer distintas representaciones según el modo de pensamiento que cada uno posea. Puede convertirse en el regalo de los dioses que nos da la solución inicial para que nosotros la continuásemos; el primer verso, dirían los románticos. Sería la figura de la musa. Para otros Ariadna correspondería a la toma de posesión de forma del proyecto que nace en nuestra mente y nos coacciona para dirigirnos al lugar al que deseamos llegar. En este caso es aspecto de previsión el recapacitar sobre todo punto o aspecto incluido en el anterior proyectar para saber o intuir en cada momento qué giro coger, qué dirección tomar dentro de un laberinto idealizado en el mundo de la sobre-exposición de información, sobre la cual, gracias al previo proyecto y a nuestro (esperemos que acertado) criterio seguirá la búsqueda. ¿Es posible que esa lucha sea precisamente el sentido del artista? En dicho caso el minotauro sería la figura ausente de la autoridad por la cual sin embargo nos sentimos observados y el laberinto aquella edificación construida a modo de panóptico.

De todos modos, ansiemos poseer pensamientos en reserva (que no menos importantes sino muy oportunos en determinados momentos) puesto que en el caso hipotético de alcanzar lo que inalcanzable parece, (el comprender ya no por qué accedimos a este mundo en cuestión sino qué sentido tiene el propio mundo) nos veremos ante la destrucción del ansiado conocimiento como deseo, prolongándonos la búsqueda de otra ocupación, que aunque de menor nivel y menos rigurosa, mantendrá nuestra mente esperanzada.

Permitidme que continúe extrayendo relaciones a partir de la anterior y clásica comparación de las predisposiciones ante el mundo del arte, puesto que interesantes y reveladoras connotaciones puede aportar al plano en el que pretendemos desenvolvernos con cierta soltura: El minotauro se alimentaba según los recuerdos de carne humana, traduciéndose en la absorción de la esperanza del artista. El artista sin esperanza no es nada y la horrible figura que nosotros mismos hemos creado apenas sin darnos cuenta a lo largo de nuestra existencia se alimenta de esa misma esperanza transmutada en miedo y desesperación que irradiará en concretos momentos. Debe atemorizar a todo aquel que lo desee alcanzar puesto que sabe que si alguien lograra llegar no encontraría nada excepto ausencia. No existe tal sentido. No es más que una prolongación en el fondo esperanzadora del ser humano; un símil del dios inalcanzable con nuestros terrenales sentidos.

Llega un momento en el que, por determinadas causas, decidimos actuar en el mundo del arte. Dichas causas pueden en un principio poseer nombres concretos y definiciones exactas. Podemos saber sin temor a equivocarnos la razón por la cual hemos decidido dedicarnos (a priori) en cuerpo y alma a aquello que hemos escogido, en este caso el arte en alguna de sus facetas. Pero esa precisión (de todos modos escasa en cantidad de individuos que la posean) se va convirtiendo a medida que relacionamos cuestiones y vamos obteniendo éxitos o fracasos, en una dislocación conceptual de nuestro propio sentido, descendiendo poco a poco en profundos pensamientos sobre el futuro del arte como camino ideal hacia un objetivo especial. Un buen día descubrimos aquello que somos (¿la razón?) y de quién descendemos artísticamente, tal cual Teseo halló en su momento. Al descubrirlo obtuvo también varios objetos destinados a ayudarlo en sus periplos y poder ser así reconocido como legítimo descendiente. Esa ayuda externa debe ser proporcionada en todo momento, para bien o para mal, a modo de guía por aquel experimentado que en su caso aprenda a reconocer la individualidad de cada buscador. Esos objetos son la experiencia y el conocimiento por medio de los cuales invocaremos al desamparo de sentido.