lunes, 2 de noviembre de 2009

::DESDE EL ESPACIO DE TRABAJO HASTA MI ESPACIO DE TRABAJO::

-SOBRE EL SPATIVM-




Escrito con espíritu de ensayo relacionado con la obra de Jürgen Partenheimer “Al genio del lugar: el espacio de trabajo”


En efecto “un lugar en el que se producen operaciones constructivas que nos permiten el desarrollo de nuestras interrogantes como sujetos no puede permanecer como un espacio extraño”, pues siempre nos encargamos de familiarizarlo actuando sobre dicho espacio hasta hacerlo nuestro, convirtiéndolo así en una clara proyección de nuestra personalidad; todo cambio, introducción o eliminación de elementos (incuso así como su disposición con mayor o menor entropía) cualesquiera que estos sean, actúa como un espejo espiritual. No podemos considerar por tanto acertada la presentación de la idea que alude al concepto de que sea el espacio el que sobre nosotros trabaja, estando constantemente relegado a nosotros mismos. Sólo una vez que dicho espacio adquiera un estatus (aunque temporal, la mayor de las veces) definitivo (admitiendo y presentando que tal estatus o carácter definitivo del espacio sería la aceptación del uso del método de viviendas cambiantes), vemos cómo dicho espacio nos reafirma en nosotros mismos (“aquellos que soy”, “aquellos que cada uno de nosotros somos”).

Sólo si eso acabase por fijar la significación de la influencia del espacio, así entonces podríamos afirmar que el espacio trabaja sobre nosotros.

Se impone como primer caso (todavía / aún inconsciente) la elaboración de un espacio recibido como nuevo hacia la familiaridad por nuestra consciencia concebida para así materializarlo siempre el la medida de “lo posible”.

“El espacio nos marca y nos propone una trayectoria en la que se produce una continua toma de decisiones hasta terminar en la construcción de obras”.

Según de aquel modo en base al cual sea por nosotros entendido el espacio, este poseerá una distinta importancia e influencia en nuestro entendimiento. Si el espacio de trabajo es aquel habitual en el transcurrir de nuestros días, habiendo sido nosotros los que lo hemos creado (alejamos en estos momentos cualquier otra consideración de espacio como entorno cultural y social, ciñéndonos a un habitual lugar de trabajo), estaremos entonces nosotros actuando sobre nosotros mismos.

Cierto es que aparenta un gran teatro (en el cual la tragedia y la comedia se interrelacionan y dónde somos al mismo tiempo actor y espectador de la acción de “el otro”) donde la improvisación juega el papel que le concedamos ante los sucesos que van surgiendo. Precisamente dicha improvisación es el “articular sistemas que desvelen y posibiliten nuevas relaciones entre las cosas (…), tarea fundamental del artista” (improvisación que se basa en el nivel y aplicación de los conocimientos poseídos y que por lo tanto algunos deseamos tratar de distinto modo -menos azaroso- denominándola -ya transmutada- una “evolución de carácter lógico”).

Toda esa amalgama de, pongamos por caso, tazas y platos (cruenta cotidianeidad que por seguro inunda nuestra visión y por tanto nuestra consciencia) que la mayor parte de las veces colocamos nosotros en los lugares que finalmente ocupan, ¿Acaso no son más que un grito de afirmación de la vida, de nuestra existencia, de “deseo de comprobar” a toda hora que seguimos en este lugar, imponiendo de continuo determinadas normas en el que a partir de un determinado momento pasa a ser (o se lucha por ello) nuestro personal territorio (nación) imposible en el fondo de compartir? ¿Aparece realmente como claro / evidente el acto de intimar con una serie de determinados objetos cuando por seguro debemos considerar que han sido íntimos desde el preciso momento de su elección y proyección por tanto de nuestro yo / ser? Siempre estamos pendientes de dichos objetos (cosas), por lo que el análisis que podamos hacer de su forma y disposición, será únicamente (que no simplemente) una revisión sobre nuestra existencia, lo cual nos llevará directamente frente a conductas a las que en realidad aprecio que podríamos llegar de otro modo, sin necesidad de observar dicho espacio.

Sin embargo: el diálogo que se crea con el espacio en el cual trabajamos es entonces un diálogo con nosotros mismos (lamento repetir) en el que somos entrevistador y entrevistado, y de cuya discusión (defendiendo cual platón la búsqueda y posibilidad de encuentro con la verdad por medio de la interactuación con los demás, con el simposion como banquete lento cuyo primer objetivo sería la excusa hacia el diálogo. De este modo los dos, tres o más que en realidad somos, dialogan para ver cumplido su objetivo) se extrae la obra escondida en cualquier recoveco. Un “saber observar” que se hace patente en aquel visionario que logra sacar al exterior lo presente pero oculto, y no en aquel otro que se pierde constantemente en un (a pesar de todo tenaz) constante devenir y sin final.

Más ninguno de ellos es “mejor” (aunque este término no sea realmente el más adecuado) que el otro.

Bien. Centremos el motivo del presente documento; adecuémonos de una vez por todas (o intentémoslo, de cualquier modo) al objetivo real a presentar: el taller; mi taller; mi spativm.

“…desvelar orden que nos permanece oculto, de crear un sistema de interrelaciones entre aquello que podemos denominar la realidad del taller, y que no es sino un cúmulo de ideas, sensaciones y pensamientos, base para las obras que en él construimos”.

Nada parece estar en su sitio por lo que cambio, añado y sustraigo elementos de forma constante. Esto aparece en claro contacto con el concepto de continuo cambio, en efecto fruto de la propia acción de habitar, mas llevado a límites de disponibilidad sinceramente exacerbados. Retratos de Poe, Nietzsche, Husley, familiares, desconocidos… se encuentran de repente viajando de norte a sur del habitáculo en el que temporalmente residen. En esta serie de trayectos una prostituta cambia constantemente de compañía y mi propio hermano dialoga (con mejor o peor fortuna) con Hopper o con Hesse. En este espacio los límites son siempre terreno de permanentes tensiones (la mayor parte de las veces de carácter cínico, refiriéndome ahora tanto a los límites de los espacios ocupados por nosotros, como a los límites de los espacios que mis cuadros soportan entre ellos). Lo estático remataría en un taedivm vitae (un tedio de la vida) y aquella prostituta acabaría gritando <> (dios mío, dios mío, ¿por qué me has abandonado?)

Asimilo entonces la idea de precisar, modificar, corregir y alterar, pero siempre como llave y acto anterior destinado a componer para de nuevo ser capaz de crear. Entonces los cambios no suceden aleatoriamente, mas (¡como no!) formando parte de un método de pensamientos y sentimientos, aspectos que sólo yo conozco. Únicamente yo se (¿Con certeza?) lo que en cada momento pienso y siento. De este modo todo el escenario que (acumulo) compongo adquiere carácter de máscara, pues muestro solamente una traducción o interpretación sensorial de mis pensamientos y sentimientos que no se ven ni se tocan. Se traduce entonces este aspecto en un acto de fe, no pudiendo nadie (excepto yo) en ningún momento conocer si los “besos, caricias, abrazos y frases eróticas” que intercambio en el taller con mis obras son genuinas, exageradas o totalmente falsas. Así pues, no son más nuestros espacios que islas aisladas e incomunicadas en lo más nuestro e íntimo.

“de la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que puede o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país”
anónimo contemporáneo.

No se convierte pues mi espacio de trabajo en una democracia (considerando que ningún espacio personal, en este caso taller de trabajo, lo sea o deba serlo) sino más bien en una oligarquía: mandan unos pocos (¡a quien yo se lo permita, en todo caso!).

Esa oligarquía, por otra parte, que mantengo, recibe las implicaciones de un deseo o persecución de convertirse en un ideal espacio de trabajo (en el fondo todos proyectamos esa sensación), un espacio utópico de todos modos (ou-topos / u-topía / no-lugar), y en base a esta aspiración (aunque no queramos reconocernos en la búsqueda de tal quimera -y afirmo quimera pues en nuestra imaginación la utopía sí es posible-) conformamos lo que provocamos día tras día como sucedido en nuestro espacio.

Aquel método antes comentado e iniciado como concepto en el presente texto, aparece (según mi aplicación del mismo) como una progresión poseedora de un ritmo tan complicado (e implicado) que por apariencia podríamos a priori afirmar que no posee un sentido. Desde otro camino: aceptando como verdad que el método (la configuración del mismo) aparece introducido con el objeto de “aceptar la realidad de lo incierto”, tal vez yo más que otros reafirme el método como una más que aceptable vía hacia el orden mediando el uso de la razón, ratificando así la posición de la filosofía como nombre propio de dicho método.

Si ahora realizase un recorrido profundo por la memoria (voluntaria) que atañe a este período de trabajo en el adjudicado espacio, llegaría a la curiosa revelación de que aquel lugar de reposo de la mirada ha acabado siempre fijado en un indefinido punto reincidentemente inmerso entre los límites de la galería (siempre cambiante, me permito repetir) de rostros y sus diferentes actitudes. Es acaso el reposo del guerrero, el Valhalla, los Campos Elíseos a los cuales me es permitido (o tal vez no por permiso sino por capacidad) ir, re-conocer y regresar cuantas veces lo desee.

En el proyecto que he concluido en manejar (anhelo extensivo hacia tiempos futuros) los elementos espacio y tiempo poseen características que podrían comprobarse desvinculadas desde el momento en el cual la evolución del espacio de trabajo se ha visto encauzada a partir de un ya predeterminado método de movimientos, y la evolución temporal nace desde un principio sin relaciones interobjetuales. La idea, repito, ha surgido antes que el objeto, aspecto a partir del cual podemos precisar que únicamente lo esencial aparece como prioritario (y acaso único). Solamente las incursiones bárbaras (referidas estas al continuo cambio de fronteras y objetos ajenos que aparecen introducidos de forma aleatoria en mi espacio) intentan de algún modo traslocar y desviar la mirada de la que hago uso para la creación. No lo consiguen. Es más: amplío los límites de manera conceptual recayendo ésta en la influencia en otros espacios. Así pues, mi espacio se considera espartano; incluso por desarrollos de proyecto, lacónico.

Si aceptamos que no es un “operar estratégico el que debe predominar en el taller” (pues cierto se supone que el creer saber de antemano lo pretendido pasa a convertirse en un imperar dictatorial –emperador- que elimina libertades esenciales), en ningún momento esta aseveración elimina alguno de mis postulados, de mis creencias. Únicamente intento ser responsable de lo que afirmo, nunca su esclavo.

Para terminar, queda por apreciar que si bien intento ahuyentar en esta ocasión el análisis, y deseo simplemente compilar una serie de determinadas consideraciones de carácter personal, no es ello mas que una elongación (véase un alargamiento accidental de un nervio o miembro, en todo caso) de “aquello que traduzco”; una obra; un escrito; un pensar con libertad siempre procurando por supuesto ser más amigo de la verdad que del mismo platón.

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