lunes, 2 de noviembre de 2009

::COMENTARIO SOBRE INTENCIONES Y RESULTADOS::

(Comentario con espíritu de ensayo escrito sobre “Notas sobre intenciones y resultados”, de Txomin Badiola.)


La eterna búsqueda del sentido en el mundo que hemos elegido.

Interesante y acertada sobremanera la comparación que Badiola realiza adjudicando la figura del minotauro a la aspiración del sentido y el laberinto todo aquel mundo que rodea (que incluso atrapa acotando y definiendo en sumo grado grandes espacios cerrados de los cuales será siempre difícil escapar) de textos artísticos en todas sus dimensiones. ¿Es en el fondo contra esto contra lo que se lucha? El clandestino hijo de Egeo se convierte en un nuevo héroe, ideal espejo en el cual verse reflejado si uno de nuestros grandes motivos existenciales es no perderse en el laberinto y derrotar al hijo de Pasifae. Según esta comparación, la aspiración a un sentido, el deseo de conseguir y controlar el concepto de sentido que se busca casi sin esperanza aparece definida por una mezcla entre razonamiento y visceralidad, entre lo humano y lo animal.

Ya hemos supuesto algo. La respuesta a las preguntas de para qué somos artistas y para qué sirve el arte encontrarán en la respuesta la perfecta comunión entre el aspecto humano y animal (acotando lo humano como lo dependiente de la razón y lo animal perteneciente al sentido ilógico de los sentimientos, de lo poético). Teseo salió del laberinto guiado por el hilo de un ovillo que le facilitó Ariadna. Así se convierte en la aspiración del artista mientras que la hija de Minos puede poseer distintas representaciones según el modo de pensamiento que cada uno posea. Puede convertirse en el regalo de los dioses que nos da la solución inicial para que nosotros la continuásemos; el primer verso, dirían los románticos. Sería la figura de la musa. Para otros Ariadna correspondería a la toma de posesión de forma del proyecto que nace en nuestra mente y nos coacciona para dirigirnos al lugar al que deseamos llegar. En este caso es aspecto de previsión el recapacitar sobre todo punto o aspecto incluido en el anterior proyectar para saber o intuir en cada momento qué giro coger, qué dirección tomar dentro de un laberinto idealizado en el mundo de la sobre-exposición de información, sobre la cual, gracias al previo proyecto y a nuestro (esperemos que acertado) criterio seguirá la búsqueda. ¿Es posible que esa lucha sea precisamente el sentido del artista? En dicho caso el minotauro sería la figura ausente de la autoridad por la cual sin embargo nos sentimos observados y el laberinto aquella edificación construida a modo de panóptico.

De todos modos, ansiemos poseer pensamientos en reserva (que no menos importantes sino muy oportunos en determinados momentos) puesto que en el caso hipotético de alcanzar lo que inalcanzable parece, (el comprender ya no por qué accedimos a este mundo en cuestión sino qué sentido tiene el propio mundo) nos veremos ante la destrucción del ansiado conocimiento como deseo, prolongándonos la búsqueda de otra ocupación, que aunque de menor nivel y menos rigurosa, mantendrá nuestra mente esperanzada.

Permitidme que continúe extrayendo relaciones a partir de la anterior y clásica comparación de las predisposiciones ante el mundo del arte, puesto que interesantes y reveladoras connotaciones puede aportar al plano en el que pretendemos desenvolvernos con cierta soltura: El minotauro se alimentaba según los recuerdos de carne humana, traduciéndose en la absorción de la esperanza del artista. El artista sin esperanza no es nada y la horrible figura que nosotros mismos hemos creado apenas sin darnos cuenta a lo largo de nuestra existencia se alimenta de esa misma esperanza transmutada en miedo y desesperación que irradiará en concretos momentos. Debe atemorizar a todo aquel que lo desee alcanzar puesto que sabe que si alguien lograra llegar no encontraría nada excepto ausencia. No existe tal sentido. No es más que una prolongación en el fondo esperanzadora del ser humano; un símil del dios inalcanzable con nuestros terrenales sentidos.

Llega un momento en el que, por determinadas causas, decidimos actuar en el mundo del arte. Dichas causas pueden en un principio poseer nombres concretos y definiciones exactas. Podemos saber sin temor a equivocarnos la razón por la cual hemos decidido dedicarnos (a priori) en cuerpo y alma a aquello que hemos escogido, en este caso el arte en alguna de sus facetas. Pero esa precisión (de todos modos escasa en cantidad de individuos que la posean) se va convirtiendo a medida que relacionamos cuestiones y vamos obteniendo éxitos o fracasos, en una dislocación conceptual de nuestro propio sentido, descendiendo poco a poco en profundos pensamientos sobre el futuro del arte como camino ideal hacia un objetivo especial. Un buen día descubrimos aquello que somos (¿la razón?) y de quién descendemos artísticamente, tal cual Teseo halló en su momento. Al descubrirlo obtuvo también varios objetos destinados a ayudarlo en sus periplos y poder ser así reconocido como legítimo descendiente. Esa ayuda externa debe ser proporcionada en todo momento, para bien o para mal, a modo de guía por aquel experimentado que en su caso aprenda a reconocer la individualidad de cada buscador. Esos objetos son la experiencia y el conocimiento por medio de los cuales invocaremos al desamparo de sentido.



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