lunes, 26 de octubre de 2009

::RETRATO DE SOCIEDAD #100::



TÍTULO: "Retrato de sociedad #100” o “Primer apocalipsis”.
AÑO DE REALIZACIÓN: 2003.
TÉCNICA: Mixta.
SOPORTE: Lienzo.
MEDIDAS: 200 x 195 cms.
PRECIO: 1900 Eu.

Partiendo de las bases impuestas en el proyecto retratístico, en esta ocasión se han renovado los pilares teóricos intentando complementar la búsqueda de la síntesis momentánea del alma del retratado con un tema complejo pero lo suficientemente reconocible como para que capte la atención y el interés de un mayor número de espectadores.

Toda la iconografía soportada en este trabajo se adapta a los conceptos ya tratados en otros artículos, tanto el número de símbolos, como cada uno de ellos tomado como individualidad, el posicionamiento de los mismos en el cuadro con respecto al retrato, la cercanía entre ellos mismos, la causalidad que suponen las nuevas lecturas que generan los colores aplicados en las diferentes zonas, el retrato casi confundido con el fondo, la hornacina que centra el disperso foco de atención del protagonista, la imposibilidad del muro de tapar lo que intenta ocultar, los significados que las palabras escritas esconden por doquier frente al objetivo final de entender el instante perpetuado del alma del retratado.

La solución –precisamente aprehenderla- aparenta labor ardua y tal vez insatisfactoria; pero así debe ser.

::EL HIJO DEL ABOGADO::

Juanjo no sabía qué hacer; no tenía ni idea. Es decir… sí lo sabía; vaya si lo sabía; en realidad conocía exactamente cuales eran los convenientes pasos a dar en la desconcertante situación que tenía entre manos. No es que lo hiciera otras veces , pero la escena que se abría ante sus ojos le resultaba muy familiar; demasiado, en realidad. Quién iba a decirle, hacía ya veinte minutos, que si se decidía a secar la ropa en la secadora comunal se encontraría con todo aquello.

Parecía que había decidido bajar al sótano mucho más tiempo atrás.

En absoluto le disgustaba su habitación de la residencia de estudiantes: había pedido una habitación individual al empezar la carrera (le gustaba demasiado su propia intimidad como para compartirla con alguien más que consigo mismo) y allí se había acomodado a placer para su primer año. Los apuntes y los libros de leyes ocupaban la mayor parte del espacio de la mesa de estudio (junto con algunas zonas más del espacio circundante), mientras que el resto de la habitación contenía una pequeña mesa para el ordenador portátil, una torre para discos compactos, una cama de ochenta y una estantería de metal ondulado colgada de la pared, sobre la que descansaban algunas novelas y cartones de tabaco al lado de un par de mal colocados refrescos calientes posiblemente caducados.

Aquel Domingo no había hecho nada en todo el día: se había despertado al mediodía y había bajado al comedor para comprobar si habían quedado algunos restos de comida sin servir; picó algo y (no muy convencido) salió a pasear, justo hasta el momento en que se dio cuenta de que no llevaba el tabaco encima, regresando entonces, casi al instante, a su tan querida habitación.

Por la tarde, entre cigarro y canuto, había visto una película en el ordenador (una basura underground que había bajado de internet cierto día de poca inspiración), se había cascado un par de pajas de las buenas con una joya audiovisual pornográfica de los años cincuenta, logró acabar con uno de los refrescos calientes… y ni siquiera bajó a cenar con sus compañeros, quedándose medio dormido sobre el camastro con Deep Purple de fondo, sonando desde el ordenador.

Se despertó más tarde, sobre la medianoche, y en seguida se dio cuenta (quien sabe por qué tipo de rápida sucesión de pensamientos) de que tenía toda su ropa en las lavadoras comunales desde el sábado por la tarde; tendría que bajar; tendría que pedirle las llaves de la lavandería al conserje que se quedase aquella noche de guardia (insistirle en que, por favor, le dejase secar y recoger la ropa; que era importante; que sí, que lo sentía…); tendría que pasar la ropa de las lavadoras a la secadora; tendría que meter un par de monedas para que ésta emitiese su habitual ronroneo y tendría que fumarse un par de cigarrillos mientras esperaba que todo acabase. No era realmente un coñazo pero no le apetecía demasiado. Se lo pensó una y otra vez, y acabó bajando, más que por secar la ropa, por salir un poco de la habitación en la que había permanecido toda la tarde.

Una vez en recepción, la encargada (en esta ocasión le había tocado pasar la noche a Clara, , todavía de muy buen ver, según Juanjo; con unas tetas la ostia de turgentes y unos labios que…, y una persona muy agradable, por otra parte) le dijo que sin problema: que la lavandería estaba abierta (Clara siempre era muy amable con Juanjo, y lo que se estaba buscando, a ojos del muchacho, era que a la menor insinuación por parte de ella, se la follase el joven como nunca lo habían hecho ni el cornudo de su marido ni el imbécil del director); que acababa de bajar Sonia Hidalgo hacía nada, ahora mismito; y que cerrásemos las puertas una vez dentro, para no hacer ruido, porque la mayor parte de la gente en la residencia a esas horas estaba durmiendo.

Y Juanjo bajó al sótano.

- ¡Coño! La Sonia… - Se le escapó entre dientes mientras bajaba las escaleras.

Sonia era la tía más cachonda (y más calientapollas, sin duda alguna) de toda la puta residencia: estudiaba derecho, (como el, aunque ella no perteneciese a una familia históricamente relacionada con la abogacía), y estaba ya en tercer curso, donde aún sin quererlo se traía a todos los tíos de calle. Aquellas tetas tan jodidamente perfectas nublaban la mente de Juanjo (y no sólo de Juanjo), quien, cuando se cruzaba con ella en cualquier lugar (ya fuese en la cafetería de la facultad, en la biblioteca o en la penumbra del salón de actos), no se limitaba a emitir un simple saludo (¡hola!), sino que lo acompañaba con unas miradas para nada sutiles, dirigidas hacia los pechos de Sonia, las nalgas de Sonia, la cintura de Sonia, las piernas de Sonia…

Sonia, Sonia, Sonia…

Al llegar a la puerta de la lavandería, Juanjo apoyó su cabeza contra la puerta intentando descubrir algún tipo de sonido (¡a saber qué esperaba escuchar Juanjo! Tal vez un leve y acompasado jadeo, el de Sonia masturbándose acurrucada en una esquina, o quizá los ahogados gritos de Sonia follando con alguno de los encargados de la residencia, o mamándosela, es posible, a algún afortunado estudiante de quinto curso…), pero únicamente percibía los rumores sordos de una de las tres secadoras funcionando; al parecer las lavadoras estaban apagadas.

- ¡¿Pero qué coño estoy haciendo?! - Se dijo, tal vez demasiado alto. - …Ya soy mayorcito como para escuchar detrás de las puertas. - Concluyó, en un tono mucho más cauto.

Así que abrió, aunque con cuidado de no hacer ruido. Sonia estaba en la sala (un habitáculo muy pequeño de apenas cuatro por cuatro metros, de techo muy bajo, con la puerta de acceso y otra entrada reservada al personal de limpieza de la residencia) pareciendo no darse cuenta de la intromisión de Juanjo; quieto; dispuesto a admirarla desde aquella posición el mayor tiempo posible.

Sonia llevaba puestas unas mallas cortas (de medio muslo) y ajustadas que le marcaban el culo como nunca había visto Juanjo en sus veinte años de vida; un culo redondo, perfecto, seguramente duro, pero no demasiado, soportado por dos bellísimas y sensuales piernas; tensas; suaves; ahora apenas semiabiertas…

Y siguió subiendo con la mirada:

Una camiseta corta; blanca; ajustada; con las palabras “YO TE CALIENTO” escritas en la espalda; con la cintura al aire… Será puta… seguro que si la tocaba no se dejaba.

La muy zorra debía estar buscando algo en la parte de atrás de una de las secadoras y estaba a punto de agacharse. Justo antes de hacerlo y quedar de rodillas del frío y duro pavimento, intentando colarse entre dos secadoras para recuperar cualquier cosa, Juanjo se había acercado sin hacer ruido hasta colocarse, también arrodillado, justo detrás de Sonia.

Precisamente aquella era la situación en la que no sabía qué hacer; no tenía ni idea. Es decir… sí lo sabía; vaya si lo sabía; en realidad conocía exactamente cuales eran los convenientes pasos a dar en la desconcertante situación que tenía entre manos. No es que lo hiciera otras veces , pero la escena que se abría ante sus ojos le resultaba muy familiar; demasiado, en realidad. Quién iba a decirle, hacía ya veinte minutos, que si se decidía a secar la ropa en la secadora comunal se encontraría con todo aquello.

::MOLOCHKE DE BRIONDAGAR::

General de las Fuerzas Menores de la Orden de los Señores del Azar

Carta de Molochke de Briondagar, General de las fuerzas menores de la Orden de los Señores del Azar, dirigida a Corem el joven, Portador del Conocimiento Antiguo.
El presente documento fue encontrado en la Biblioteca principal de la primera torre del castillo del Duque Efritt por Donadel de Torés, Capitán segundo de las Fuerzas Mayores de la Orden de los Señores de Azar, y enviado a través de Cafui El-kry, mensajero de rango doce catorce, a Theleck-Ahnahm, General de las Fuerzas Mayores de la Orden de los Señores del Azar, quien a su vez lo envió a través de Fuy Tadfus, mensajero de rango tres trece, a Corem el joven, Portador del Conocimiento Antiguo.

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Si soy sincero conmigo mismo debo admitirlo desde el principio: Una escalofriante y conmovedora visión recorrió mi vaga mente desde el primer instante, golpeando con fuerza y sin descanso mi ya por entonces debilitado entendimiento; un entendimiento que sin duda no estaba (nunca lo estuvo, lo concedo) en absoluto preparado para lo que habría de suceder a continuación.

Miro hacia atrás en estos escalofriantes días pasados y concluyo que tal vez lo peor de todo fue darme cuenta, muy poco a poco y a mayores, de que mi ineptitud ante la crítica situación que viví y en estas líneas leerás me amedrentaría todavía más de lo que mi imaginación sería nunca capaz de admitir. Estoy verdaderamente aterrado… más intentaré narrar para ti mis por seguro últimos días en esta tierra.

El que pensé aparentemente seguro y aceptablemente defendible remoto lugar en el que me encuentro y que profundamente deseaba protegiera mi esencia de cualquier embate, se habrá de convertir en la ruina de mi desesperación, en la tumba de mi pasado y mi futuro, en la pérdida de todos los conocimientos que he reunido a lo largo de mi existencia y que no podré ya compartir. Tal lugar acabó por mutar de horrible modo en el continente más peligroso en el que me podría hallar nunca enfrentado a tal situación. Absolutamente todas mis conclusiones y decisiones surgieron y se comprobaron como erróneas, y únicamente la suerte, el tan a menudo odiado cuando deiforme y venerado azar, puede llegar a salvarme; y lo dudo.

Todo debido a mi prematura anunciación como general de las fuerzas menores de la orden, cuando alguien supuso que ya estaba preparado para cumplir el cometido al que había sido asignado. Cuan equivocado estaba Theleck-Ahnahm confiando en mí.

Deseo en verdad que nunca a nadie le suceda lo que me acaeció y que desde las más altas esferas de la Orden se den cuenta de los enormes peligros que amenazan a los poderosos cuando confiados Señores del Azar…

Espera… La puerta parece ceder… He de reunirme con mis hombres. Espero poder terminar este escrito…

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Viejo amigo… de nuevo estoy contigo; el azar me concede algún tiempo más de vida e intentaré aprovecharlo de la mejor manera posible, continuando la redacción de este documento que ansío llegue algún día hasta tus manos; de hecho… no me perderé entre banalidades y vacuas palabras (o intentaré hacerlo, aunque ya me conoces) e intentaré ser lo más breve posible:

Tras partir lleno de ilusiones y promesas de futuro impregnadas de victorias que realzarían el ya increíble poder de nuestra comunidad; después de viajar durante docenas de jornadas sin descanso para tomar la ciudadela del Duque traidor a nuestra orden; después de reclutar miles de dispuestos soldados que ansiaban la gloria uniéndose a nuestra sabiduría; después de tanto ofrecer.... defraudé a todos aquellos que habían visto en mi a un líder.

En el día 33 de viaje llegamos a las estribaciones del caudaloso río Pogor, fronterizo a las tierras del duque Efritt; los puentes y las vías de acceso se encontraban por completo destruidas, y ordené el comienzo de las obras de reestructuración de las arquitecturas que nos habrían de permitir el paso a la zona del asedio; por aquel entonces únicamente el río nos separaba del oscuro castillo, y en apenas dos días estaríamos en plena cruzada.

¡Por el Titán de la montaña puedo jurar que fue la más gloriosa batalla que mis ojos contemplaron desde el elevado puesto de mando! Sólo los verdaderos campeones podrían desenvolverse de tal modo al verse asediados con unas fuerzas seis veces superadas en número: El Duque Efritt demostró la verdad de las leyendas que sobre su efigie corrían por las aldeas y los pueblos y aún por lo más profundo de los dominios de nuestra orden. No me avergüenza en absoluto afirmar la cruenta realidad de la aproximada pérdida de ocho mil de mis doce mil hombres en el encarnizado combate, y la horrible suerte que corrieron treinta y tres de mis cuarenta magos iniciados. Pobre destino les tenían reservado los dioses, pues bien saben los hados que el final de un defensor de las auras mágicas merecería ser de cualquier otro modo al que estos desgraciados se vieron sometidos.

Aún así, a pesar de las importantes pérdidas humanas soportadas en nuestras filas, logramos por supuesto entrar en el castillo aniquilando violentamente y sin compasión cualquier dispersa resistencia que ya de manera aislada nos encontrábamos en el interior. El ejemplo para otros traidores casi había sido llevado a cabo, restando únicamente conocer el sin duda horrible cuando justo destino que la Orden tenía reservado al Duque.

Efritt fue hecho prisionero y enviado con una escolta de cien de los mejores soldados que todavía conservaba a mi lado hacia la corte superior de la Orden de los Señores del Azar junto con una breve carta dirigida al mismo Supremo Maestro, describiendo con todo detalle las situaciones vividas en el combate y su desarrollo. Todo parecía ya decidido y resuelto a nuestro favor.

Y sin embargo....La aurora precedió en esta ocasión al mayor temor que nuestras mentes podían soportar recoger.

De esto hace ya tres lentas jornadas.

¡Malditas sean las fuerzas oscuras que aprovechan cualquier oportunidad para hacer suyas las almas en pena! Al día siguiente de la gran victoria, los vigías que habíamos apostado en los torreones que todavía permanecían en pie avisaron de inusuales movimientos en el penoso campo de batalla; en los mismos exteriores del castillo; allí donde la mayoría de mis hombres habían perecido valientemente el día anterior.

Advertí tal vez una trampa por parte de algunos supervivientes del denostado ejército de Efritt (no teniendo ello, ahora lo veo, sentido alguno), y ordené al instante y de todos modos el posicionamiento de mis cuatro mil hombres en los lugares más adecuados para una hipotética cuando impensable defensa. Por suerte había tomado buena nota de las capacidades defensivas del lugar y de las tácticas que el –no obstante venerado en el combate- pérfido traidor había utilizado para defender el castillo; aunque, repito, considerara descabellada cualquier violenta irrupción al día siguiente de nuestra victoria.

Cuanto puede equivocarse el hombre.

Tras las órdenes pertinentes enseguida alcancé el puesto de vigilancia más cercano y observé por mi mismo la inhabitual situación. Una intensa neblina como mis ojos nunca antes habían visto cubría la totalidad del campo de batalla.

Inhabitual no es la palabra adecuada para describir lo que mis ojos percibieron a duras penas en aquel momento; necesito una palabra más precisa, más imponente, más oscura, que pueda llegar a describir el pesado despertar de todas las tropas que tanto el duque como yo mismo habíamos perdido en la batalla. Unas fuerzas tenebrosas que mis conocimientos no advirtieron a detectar habían devuelto las almas en pena a sus inarticulados cuerpos.

Llevamos tres largas jornadas resistiendo los continuos embates de las fuerzas que tanto temor provocan entre las filas de mis cada vez menores huestes. No tenemos descanso alguno, y nos vemos abrumadoramente superados en número; no descansan, no perecen, no aparentan sentir dolor alguno, y el único modo de retrasarlos, que nunca de detenerlos, es intentar inmovilizar a la mayor cantidad de ellos posible. Mis iniciados magos se admiten vencidos por una situación que nunca han aprendido a controlar. Pobres necios aquellos que, como yo, aceptaron sin saberlo un azaroso destino que finalmente causaría su destrucción.

Con una cada vez una más baja moral entre mis filas únicamente pude, vez a vez, dar la orden de retrasar el posicionamiento de las tropas hasta el segundo muro de protección interno que tantos problemas me había dado conquistar días antes; supuse que tal vez allí tendríamos la oportunidad de resistir al menos dos o tres jornadas a mayores; pero no fue así.

Este es el instante en que he decidido comenzar a apuntarte mi desventura: Cuento, ahora que te escribo, con un número de soldados cercano a la centena. Estamos sitiados en la enorme torre norte, en la cúpula superior, y el resto del castillo está ya tomado. El día de hoy ha sido el de más calma desde hace tiempo... apenas puedo recordar desde hace cuanto; al menos un tercio de mis hombres están aquejados de una extraña enfermedad que a cada hora que pasa parece inutilizarlos más; y mis magos nada pueden hacer con sus cualidades curativas. Estoy convencido de que nada puede ya salvarnos de esta situación, pero no puedo dejar que mis hombres adviertan sombra alguna en mi ánimo. Los arengo de continuo, los animo a resistir convenciéndolos de que con toda seguridad y ante la extrañeza de la falta de mensajeros (que deberíamos haber enviado ya hace tiempo hacia la corte del Supremo), vendrán hasta nosotros con fuerzas suficientes suponiéndonos en peligro.

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He enviado tres soldados hacia los aposentos más elevados del interior de la cúpula del torreón; los magos han cercado mágicamente la zona en la que estamos, pero estas criaturas parecen ser inmunes a la mayoría de los hechizos que mis pobres iniciados se ven capacitados parta lanzar.

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Los tres soldados han encontrado una extraña puerta en la zona más alta de los aposentos y he decidido que nos desplazaremos en breve hacia esa zona dejando atrás a los heridos; nada podemos hacer por ellos ya, pues la mayoría parecen haber muerto y el resto se ven por completo incapacitados para desplazarse. Algunos se han visto invadidos por una inusual locura atacando a varios de los nuestros y no podemos arriesgarnos con los demás; una vez arriba veremos hacia donde nos conduce la insólita puerta que mis soldados me han descrito. Siento no poder escribir de una sola vez el documento que te lego… pero apenas tengo descanso alguno que me permita cambiar la espada por la pluma...

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La entrada a la biblioteca en la que nos encontramos ahora estaba defendida por un conjuro dispuesto en la misma puerta por la cual se accedía, aunque por fortuna, la magia con la que contamos ha podido neutralizar el bloqueo. Esta sala es lo suficientemente grande para dar cabida a los aproximadamente treinta que somos y la puerta pasaderamente recia como para soportar algunos embates. Gracias a unas pequeñas aberturas en la zona más elevada de la pared de la galería superior hemos podido ver cómo han entrado ya en el habitáculo que antes ocupábamos y cómo tenemos ahora por enemigos a los que hasta hace poco eran los heridos que habíamos dejado atrás; aunque habría vendido mi perenne alma por no verlo. Allí veo a Rasbedor, uno de mis mejores capitanes, cuyo pútrido cuerpo apenas me permite reconocerlo; hacía dos jornadas que no le había visto y le daba por muerto… mas… no acierto a definir realmente su actual estado.

La única salida de la biblioteca es una gran ventana en la que reside una de las vidrieras más maravillosas que he visto nunca, y los libros que aquí encuentro son realmente interesantes. He ordenado a mis hombres que, tras una breve plegaria, se olviden de lo que está sucediendo de puertas afuera de esta sala; nos dedicaremos a admirar la agradable arquitectura de este espacio, completamente distinta a la del resto del castillo, y también a ojear los documentos que están a nuestro alcance. Intentaremos, del mismo modo, festejar y terminar las escasas raciones que todavía guardamos con nosotros para disfrutar del, con seguridad, poco tiempo que nos queda. Algunos lloran… y no puedo reprochárselo pues estoy viviendo el mismo terror que ellos.

¡Oh, viejo amigo! ¡Cuánto pienso en ti en estos instantes! Sin duda si estuvieras a nuestro lado las tornas cambiarían; hallarías la solución adecuada para que los que todavía nos mantenemos en pie pudiésemos resguardar nuestras infortunadas vidas. Y si así no fuera… si ni siquiera tu pudieses lograrlo… más agradable vería la brutal muerte a tu lado.

Querría compartir la noticia de mi gran victoria contigo cuanto antes… ¡Aunque seguramente tendremos que dejarlo para otro momento!

No se si es locura o la imposibilidad de deshacerme de este maldito humor que tan bien conoces lo que provoca tales verbos.

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Ha pasado un día y la puerta comienza a ceder. Escucha, gran amigo: sin duda recibirás noticias de lo que ha sucedido en el castillo del Duque Efritt, y de quien era el que dirigía las tropas menores de la Orden de la que eres uno de los mayores integrantes; Conocerás el destino que he vivido y sólo te pido que averigües qué sucedió en este lugar para que nunca más vuelva a ocurrir. Dejaré estos escritos escondidos en esta biblioteca, y marcaré señales en las paredes que espero sólo tú reconocerás; ya las habrás encontrado, pues ellas te han llevado al lugar que he elegido para dejar este documento. Ahora te dejo, pues las puertas están a punto de ceder, y nos disponemos a formar la última defensa. Será curioso; remataré mis días utilizando la defensa que ambos habíamos desarrollado cuando jóvenes en la abadía de Thementhor. ¿Lo recuerdas? Seguro que así es, y podrás entonces imaginar la escena con todo lujo de detalles. Ellos atacan sin táctica alguna, amparados en su inconmensurable número, lo cual me permitirá retirarme de la Orden con un pequeño detalle digno del gran Alexandrós ¿Era así el nombre de aquel magnífico estratega? Recuerdo haber leído su nombre y algo de su historia en algunos escritos que habías encontrado hace tiempo, pero no estoy seguro de que lo haya escrito correctamente. En fin, amigo mío, has de saber ahora que no soy el único que mantiene la frialdad en estos instantes, sólo en apariencia de todas formas, pues en nuestro interior sentimos el mayor de los pesares.

Se disponen a entrar. Iré a primera línea; combatiré de nuevo como estos días al lado de mis hombres y gritando tu nombre en el fragor del combate hallaré las fuerzas necesarias para no desfallecer antes de tiempo.

Adiós, amigo mío.

Que el azar te ampare eternamente en su bondad.


Molochke

::LA FORMA DE LA AUTONEGACIÓN::

(O LA FENOMENOLOGÍA / ONTOLOGÍA DE LA EMPATÍA)

“Nadie es depositario único de la verdad, ni en el mundo del arte ni en ningún otro mundo. Somos hijos de la duda..., y los hijos no reniegan de la madre. La duda es flexible, tierna, comprensiva. La certeza es rígida como la muerte, como un juez inmisericorde incapaz de comprender que la contradicción es el modo que utiliza la vida para afirmarse sobre su propia incertidumbre...”

Jose Antonio Abellá, La realidad posible.



¿En qué consiste realmente la auto negación?... Es decir; ampliando (con permiso) un poco más el cuerpo de tal cuestión: ¿Qué consecuencias puede conllevar el hecho de desear ansiosa y profundamente una o varias cosas o personas si finalmente uno mismo crea de la nada y debido a su orgullo o autoestima una barrera enormemente consistente y por seguro infranqueable que acarrea la terrible consecuencia de no querer lo que realmente se proclama como completo deseo absoluta y vitalmente necesario?

Es muy posible que estos deseos (más bien, estos sentimientos) se vean profundamente ligados a aquellas personas con un carácter vigorosamente marcado por lo que se podría definir en su conjunto como una personalidad de tipología ególatra-victimista. La personalidad de estos seres humanos se aprecia también poderosamente definida por una constante variabilidad, versatilidad, mutabilidad tanto interna como externa, intentando de este (al cabo tan camaleónico) modo instituir un sello de carácter conformado por lo que tales sujetos ven como sumamente importante o justificadamente interesante en las personalidades de otras personas; de tal forma piensan hacerse fuertes para presentarse con más seguridad ante los problemas que individualmente creen que en su primigenio estado no podrían afrontar. El mito de ingerir la carne del enemigo (tal vez no enemigo cuando sí némesis, contrario, opuesto, “el otro”, al fin y al cabo) para así absorber también la fuerza que le convierte en antagonista y no poder ser vencidos a partir de ese momento por otro como ellos, se ve entonces, si no realmente plasmado, sí de alguna forma representado.

Concluyendo nada más empezar (cual preliminar declaración de intenciones): La personalidad (completamente falsa cuando aparentemente real) de estas personas no deja de ser una seria y más que prudente amalgama de incontables puntos fuertes extraídos de las distintas personalidades de otras personas, pero que al ser separados de su medio natural (aquel para el cual están ya previamente conformados y existen en el interior de los otros), por sí solos no pueden ser consideradas realmente facultades plenamente competentes. Una personalidad entonces ajustada por innumerables puntos fuertes no constituiría, por sí misma, la personalidad más desarrollada o idónea.

Pero en el fallo (tanto en el error como en la verdadera maldad) está lo que realmente idealizamos (a pesar de que constante y superficialmente lo intentemos esquivar): un ser perfecto en cuanto a la forma de su personalidad ya desarrollada, se puede asegurar (a pesar de que esta seguridad no sea más que la afirmación dogmática de una simple teoría íntima), que sería (de ser posible forjar un comentario sobre ella mediante modos sumamente descriptivos y breves), desesperada y hastiosamente aburrida, vejatoria e irritante.

Si es cierto entonces que en el fallo (en lo más profundo de tal concepto o idea) reside la idealizada perfección... ¿Por qué tantas personas nos sentimos irresistiblemente atraídas a rechazar una personalidad cuyas características más manifiestas y visibles son el ser ególatra y victimista? ¿Por qué si es una personalidad con fallos es más rechazada que muchas otras -todas las demás, podría añadir-, las cuales a su vez, por supuesto, también poseen “errores de base”?

A fin de cuentas, siempre podría ser viable que analizásemos por partes esas dos palabras que tanto y tan bien pueden definir a una persona, pues, no nos engañemos, todo aquel que en estos instantes se encuentre leyendo esta breve reflexión, puede incluso crear en su mente una idealización física de la persona de carácter ególatra - victimista; seguramente la imagen -en mi mente al menos así se configura- que entonces se formase habría de ser (a pesar del enorme carácter subjetivo de cada individuo -que quiera probar con este ejemplo su imaginación- que configurará esta representación mental, así como dispondrá los cambios que se producirán en la misma con respecto a la descripción por mí propuesta) en aspectos generales, la de un individuo (más sencillo es imaginar a un hombre con esta determinada personalidad que convertir a la mujer en poseedora de tamaña maldición) de estatura y constitución medias, más bien rozando la debilidad de complexión y la vulgaridad de rasgos, sin exagerar, con cara dulce y caracteres poco marcados, pero con la mirada profundamente orgullosa; una especie de cordero con piel de mismo cordero, en realidad, pues bien es sabido que nadie peor que él para causar daño a los demás.

Pero el hecho de que una persona sea ególatra (siendo esto constituido como idea o concepto apoyado en su misma definición) en absoluto es maldito, virulento, ponzoñoso o despreciable; dicho individuo no hace sino mantener un escudo protector (resguardo preventivo como defensa del todo artificializada) que le informa en todo momento de las (en mayor o menor grado incesantes) agresiones exteriores hacia su persona y que de continuo se encarga de ensalzar sus posibles virtudes en total y completo detrimento de sus potenciales defectos (casi invisibles a sus ojos, por otra parte), observando tales menoscabos como simples, escuetas y pequeñas manchas en su límpida y lustrosa piel (que en cualquier momento puede molestarse en limpiar, pero que aún así no lo hace por no apreciarlo como acto absolutamente necesario; siempre es agradable comprobar una pequeña mancha para planificar ocuparse precisamente de ella).

En apariencia (de inicio -y de momento- diremos sólo en apariencia) esto es lo que provoca (lo más importante al menos, con sus considerados rasgos) el mantener desarrollada (y desenrollada, tengámoslo en cuenta) una personalidad ególatra; y sin embargo, en pura esencia, produce realmente todo lo contrario: mientras de cara al resto de las personas se proyecta lo anteriormente detallado, en el interior de aquel ególatra deben surgir infinidad de dudas, vacilaciones, incertidumbres y titubeos acerca de su propio existir, sobre su verdadera forma de ser, la cual termina por decidir definir (siempre y únicamente para sí mismo) como una de las creaciones más oscuras, abyectas y falsas de todas las que puedan aparecer en la inmensidad de la tierra conocida; Intenta convencerse (a sí mismo y por ende a los demás) de sus enormes cualidades y perfectas capacidades en todo aquello que tiene a bien en acometer, afirmando al mismo tiempo sin embargo (desde lo más profundo de su ser) que no es él mismo mas que una insignificante mota de reluciente Nada inmersa en un conjunto de vacío.

A pesar de parecer algo indiscutiblemente incompatible, se logra apreciar una enorme carga de brutal y feroz pesimismo en este tipo de personalidades (pesimismo precisamente en perfecta coalición con la esencia victimista a la cual lo veremos ligado en el desarrollo de la presente propuesta escrita). No es entonces en absoluto casualidad (aunque sí causalidad) que tal personaje intente y quiera delimitar las acciones o presencias de una personalidad que aúna los conceptos ególatra y victimista, pues para el, casi por definición, ambas se conforman unidas en el interior de un ser humano en concreto (él mismo) a lo largo de su desarrollo como persona.

Ser ególatra es para el individuo en cuestión, poco menos que verse dios traidor a sus principios...

Y sin embargo (tangentes en estos momentos a otra importante y curiosa relación de definiciones) ser ególatra no es ser egoísta (algo que al parecer casi la totalidad de los seres humanos no entiende y que por eterno piensa como conceptos parejos), siempre y cuando el egoísta es aquel bellísimo Narciso que únicamente se ve a sí mismo en el espejo del mundo, intentando robar (debemos recalcar este verbo y diferenciar ahora que el egoísta roba mientras que el ególatra absorbe y complementa) las virtudes de ajenos y ajenas para añadirlas a su colección privada, muestrario siempre sumamente extenso; es aquel bibliotecario que no deja retirar libros de la biblioteca; es aquel que no comparte su sabiduría o experiencia con los demás por el simple hecho de ser uno de los pocos afortunados que la puedan poseer.

Esto es sumamente estúpido. Hace gala el egoísta de una estupidez tan desmesurada que parece no gozar de límite alguno, pues crea un daño real, tangible y profundamente evidente que a él mismo le comporta un beneficio por completo imaginario además de grotescamente informe.

Sin embargo, en comparación, el ególatra es aquel que, a diferencia del egoísta, gusta (disfruta, se alegra, desea, se recrea, goza, saborea) de compartir, no pudiendo (nunca jamás, y como única y primordial condición) ser albergada duda alguna sobre quien es el que imparte y quien el que recibe; quién el maestro y cual el alumno. En ese caso, ¿Podríamos afirmar entonces que el ególatra no roba, como anteriormente esbozábamos, las personalidades de los demás para así conformar su personalidad que cuando ve acabada, también ve invencible? ... ¿O si?

Nos enfrentamos ahora (caemos en la cuenta) a un problema de recursos formales: en ningún momento dejo de afirmar que el ególatra sustraiga o afane ciertos factores (capacidades - cualidades - ventajas) de otras personalidades, pero desde su punto de vista hace gala de un eclecticismo tan puro, tan sano y tan legítimo, que realmente nada ha robado pues le pertenecía desde el inicio de los tiempos. Sólo el ególatra ve con buenos ojos (y desde este prisma) tanto su interior como su exterior, si bien acaparando ciertos errores, pues sabe a ciencia cierta que con los fallos se puede soñar con alcanzar algún día la peligrosa perfección.

También a diferencia del egoísta, el individuo ególatra se preocupará antes por la gente (contexto social) que directamente le rodea (del mismo modo que por las personas ajenas que se encuentren a sus ojos en clara situación de desamparo), para así alimentar su ego, eternamente creciente. Así también necesita, a la vez que realiza determinadas acciones encaminadas a enriquecer el soporte vital de la gente de su alrededor, el saber precisamente que la gente lo sabe: cuanto más alimente su ego, más del mismo modo se comportará, introduciéndose en una cadena de actos en progresión geométrica que difícilmente podrá ser detenida. Pero al mismo tiempo, más que aceptar algún tipo de trueque o regalo a cambio de esas mencionadas acciones de ayuda, le permite llenar mucho más su interior el hecho de rechazar tales tipos de pago. Es más: si no existe o al no haberse producido tal compensación, el ego aumenta a raíz del pensamiento surgido en ese instante, y de forma subconsciente, de haber acometido una acción (guiada por su personalidad) que no ha sido compensada (precisamente porque dicho individuo ególatra victimista no lo ha permitido) y que podría, a partir de entonces, ser exigido el pagamiento de tal favor. Por supuesto esa exigencia jamás será requerida, pues el objetivo de la personalidad en cuestión ya ha sido conseguido: dejar perfectamente claro quién es la persona que permite a otra mejorar de forma temporal o permanente su continuidad en cualquier campo del conocimiento. En este aspecto la inmaterialidad es más valorada que la materia, algo que consiguientemente permite demostrar de forma clara y sin dar lugar a ningún tipo de duda, que el alimento para el alma es superior a la temporalidad de la presencia física y sus necesidades.

Por otra parte, es muy factible que no soporte el hecho de encontrarse realizando cualquier acto que considere de sumo interés e importancia y no hacerlo llegar (compartirlo) al resto de las personas; adora la idea de compartir lo que él mismo puede llegar a crear. Por supuesto, el individuo estaría capacitado para llegar a controlar estos arrebatos de pasión creadora dirigida a aumentar el conocimiento de la comunidad, pero para qué molestarse si él mismo lo admira con un punto de vista que le hace apreciar este compartir, con una enorme autosatisfacción.

¿Cómo encajarían, de todos modos, la envidia este tipo de personas? ¿Soportarán y de qué manera ésta sensación al comprobar las ventajas, de las cuales ellos mismos se autoproclaman máximos representantes, en la piel de otras individualidades? Sencillamente ningún tipo de enmascarado rencor suele pasar por su mente; se dedicarán a analizar, estudiar, buscar una mejor manera de representación, autoconvencerse de la existencia del factor suerte o de las casualidades, y admitirán el error de no haber actuado antes en ese sentido. Por supuesto admitirán la perfecta valoración y, aún más, tenderían a idealizar y divinizar la causa de su sana envidia, para así no olvidarla y plantearla como similar meta que se debe superar.

Llegado este punto se puede observar que pocas maneras existen para intentar detener el aumento de ego de un sujeto atado a una personalidad ególatra/victimista, exceptuando, tal vez, el que a continuación se presenta: el único modo de lograrlo sería crearle problemas que únicamente le atañan a él mismo (pues partimos sin duda de la idealizada premisa del ególatra que no posee asuntos externos que distraigan su potencial inherente), sin incluir a nadie de su exterior. Así se vería en el difícil (para él) compromiso de ayudarse a sí mismo, y no recibir la misma satisfacción que cuando ayuda a otras personas; en conclusión, su ego disminuiría a pasos agigantados.

En tal situación, dicho individuo, dependiendo de la otra personalidad dominante (continuando con el análisis de la combinación ególatra-victimista), es posible que se vea incapaz de superar tal problema y se vea de igual forma invadido por una creciente sensación de culpa, la cual constituirá un firme paso hacia delante para confirmar de pleno precisamente la personalidad que posee. Otras personas, viendo aflorar el sentimiento de protección que toda persona lleva latente en su interior (sobre todo aquellas de las cuales se rodearía el individuo-tipo que estamos analizando), comprobarán lo que sucede y sin duda la mayoría se prestarán a ayudar, no siéndoles negada esta ayuda en casi ningún caso. Esa misma ayuda prestada por los demás es utilizada egoísta e inconscientemente para recuperar su status anterior de personalidad. Gracias todo ello a su condición de victimista.

El hecho de que en esta personalidad se encuentren una serie de acciones, reacciones y deseos, que en nuestra cultura hemos tildado con la cruel definición de victimista (siempre será un rasgo con tendencia a una pobre consideración social), no es al fin y al cabo más que una forma tan válida como cualquier otra (en ocasiones incluso mejor) de alcanzar las metas que cada uno personalmente se proponga; o incluso las que el destino depare clavar en el camino de la vida.

Insisto; ¿Por qué extraña razón parece ser totalmente cierto e irrefutable el hecho de que existir como individuo ególatra-victimista carezca de futuro, que deba cambiar, o que simplemente se le exija proceder mediante ciertos cánones impuestos desde el exterior? No cabe en mi cabeza respuesta alguna que resultase ser lo suficientemente convincente como para hacerme cambiar de personalidad y guiarme por ajenos cánones, que a fin de cuentas son de otra persona, no míos. Pero (y lamento ciertamente verme en el compromiso de proponer otra pregunta que yo mismo contestaré), ¿Dónde podría encajar en este ligero estudio de personalidad el titulado concepto de autonegación? Esta misma bien podría ser llamada autoflagelación. Es la capacidad que posee todo individuo de poder causarse cualquier tipo de dolor, tanto físico como mental, consciente e inconscientemente.

A mi modo de ver, son aquellos seres con personalidad combinada ególatra-victimista, con pinceladas de sub-personalidad romántica (¿Qué se debe entender por este término? Nada más que la real concepción del verdadero romanticismo, mucho antes de que esta palabra quedase desvirtuada en su significado; sería la personalidad infundida por el sentir del poeta, otro factor menos importante en esencia pero influyente en la personalidad que estamos analizando) los que, con seguridad muy a su pesar, son los más propensos a ejercer sobre su persona este antiguo tipo de tortura; pues no se debe poner en duda que como tortura no tiene precio.

La autonegación viene generalmente precedida de una intensa y prolongada reflexión; en ella se proponen en la mente del elegido las ventajas e inconvenientes sobre los deseos que en ese momento se poseen: realizarlos o no, intentar realizarlos o no, incluso desearlos o no, llegando irremediablemente a la decisión (muy de profundis involuntaria) de la autonegación. No se cumplen tales deseos porque nunca se llegan a realizar dichas tentativas de conseguirlos.

Por supuesto, la capacidad inherente de estas personas para hacer relucir (siempre en la intimidad) su propensión a la autonegación, no siempre sale a la luz, si no que, mucho más aún a su pesar, sólo en las ocasiones realmente importantes. Es decir: el prototipo de anhelo que estas personas deben poseer, para así ser capaces de hacer surgir su propio sistema de tortura, va más allá, seguramente, de cualquier pensamiento que en estos instantes cruce la cabeza de aquel que analice este texto; nada material, nada físico, de ninguna meta personal o situación con respecto a la sociedad estamos hablando. Se va más allá: se habla de conceptos totalmente inmateriales que se escapan a la lógica y que tal vez casi por completo obedezcan puramente a sentimientos y sensaciones.

¿Acaso se autonegará alguien el comprar un coche nuevo si su sueldo se lo permite y sinceramente lo desea o necesita? ¿O tal vez se negará a sí mismo el pedir un libro prestado?... ¿O tal vez, después de sopesarlo, no querrá proporcionarle lo mejor a su familia e hijos, e incluso a sí mismo? No, no; No estamos hablando de eso; estamos hablando de algo que está a la vez que no está; algo que se escapa a través de cualquier rendija que la lógica pueda poseer.

La autonegación implica un alto grado de sacrificio, por supuesto, pero también un alto grado espiritual, sin que esto tenga tipo alguno de significado religioso. La única comparación que podría resaltarse en ese aspecto sería aquella que relacionase el deseo autonegado con el dios supremo: aquello tan intensamente venerado nunca podrá ser conseguido. Del mismo modo, esta misma autonegación, aquella que sin más destruye poco a poco las esperanzas de las personas que ostentan la personalidad ególatra-victimista de lograr sus anhelos, ayuda, aunque resulte realmente paradójico pensarlo, a fortalecer sobremanera dicha personalidad. ¿Significa entonces que dichos individuos llegan a formar plenamente su personalidad? Tal vez resultase demasiado arriesgado afirmarlo de forma tan pragmática, pero sin duda debe contemplarse la seria posibilidad de que realmente estarían muy cerca de su evolucionado y por fin completo estado final.

Antes hemos comentado que esta capacidad de negación propia, aparece provocada por una anterior y profunda reflexión, y que a raíz de esa reflexión constante y centralizadora se llega al final, en realidad no deseado, pero aceptado con enorme conformismo. Mas es la duda sobre el resultado en realidad lo que provoca precisamente la falta o carencia de la acción final decisiva por parte del individuo. Ese mismo individuo que en su planteamiento del deseo construye correctamente el mejor camino para conseguirlo, creando a la vez inexistentes peligros y barreras que impiden claramente su consecución. Esto sucede de tal modo precisamente para no tener que recorrer dicha travesía. La falta de confianza, en efecto, en esa personalidad, le ayuda enormemente a forjarla. Correcto pues es afirmar que la duda es comparable en este caso a la poca confianza o a la falta de la suficiente fuerza de voluntad. Esa misma duda que finalmente se convierte de forma oscura en un autoconvencimiento del peor de los resultados, un pesimismo sin límites, que de todos modos le empuja también a superar ese gran muro llamado problema, más no atravesándolo, sino debiendo cambiar de camino. Superándolo, al cabo, casi sin saberlo.

De todas formas, siguiendo por supuesto bajo el análisis de la personalidad que comentamos, ¿Acaso el orgullo del ególatra no le permitiría de nuevo superar esta situación? Sabemos ya que sí; en efecto.

Otra de las ventajas viene iniciada por una nueva duda, en realidad la misma, pero planteada desde un punto de vista más esperanzador: ¿Qué habría pasado si…? Esa dulce espina, fatal para otras personalidades, sería para estos individuos una tabla de salvación. Se convencen a sí mismos de ese futuro, viviendo a partir de entonces una realidad personal que no es más que una onírica realidad: Una vía de escape que le permite de nuevo concentrarse en sus mayores cualidades, es decir, ser un punto de apoyo para otras personas sobre las cuales debe a su vez apoyarse. Una relación simbiótica en la que resultan absolutamente beneficiadas todas las partes implicadas.

Acaso simplemente nos encontramos en este documento con una, considero, aclaratoria fenomenología, de un tipo de subjetividad mucho más extendida y común de lo que a priori podría parecernos (apreciemos incluso, pongamos por caso, la trascendente existencia de numerosos casos insignes de ególatras victimistas: Wittgenstein, Kierkegaard, Cioran y Dostoievski.). Pero me pregunto con qué objeto he realizado este escrito. ¿Autoconocimiento? ¿Y con qué objeto ha de leerse? Posiblemente con todo esto no se haya planteado la solución de esta última pregunta que nos hacemos llegado el final del escrito… o sí, pues tal vez gracias a todo lo narrado alguien llegue a saber realmente qué forma tiene su propia autonegación. Sinceramente así lo espero.





::SOBRE EL CUERPO MUERTO DE MONA HATOUM::





No es difícil apreciar desde un primer momento la provocación a la que podemos comprobarnos sometidos una vez dispuestos ante la imagen que hemos elegido como objeto de nuestro análisis; sencillo es también dilucidar que dicha provocación es completamente deliberada, todavía más desde el momento en que sabemos que "sobre mi cuerpo muerto" es una obra no destinada a ser expuesta en la soledad de las galerías, sino que ansía ser presentada en espacios públicos, en los cuales pueda trabajar el germen que la obra tendrá a bien en implantar. Advirtiendo todo esto, no se nos complica demasiado la primigenia conclusión sobre las posibles connotaciones, tanto sociales como políticas, que conviven en el trabajo; sin embargo, podemos también darnos cuenta de una sutil inutilidad en el caso de buscar en la obra un significado demasiado concreto (a pesar de que siempre pretendemos -absurdamente en muchos casos- aportar explicaciones tomando como referencia los antecedentes del artista en concreto), apareciendo poseedor de mayor emoción el hecho de que una obra determinada sea reflejo de diferentes significados, paradojas y contradicciones soportadas sobre sí misma, y no por todo aquello que conocemos acerca del autor y sus motivaciones y aspiraciones. De este modo, cuando la obra se explica le son transferidos los conceptos de fijación, inmovilidad... en lugar de algo que se encuentra en un permanente estado de cambio; "reducir una cosa desconocida a otra conocida alivia, tranquiliza y satisface al espíritu, invocando además un sentimiento de poder", por lo que concluimos acertadamente que aquello que es desconocido a nuestro entendimiento conlleva una inquietud de ánimo. Esta obra cambia y viaja de lugar en lugar, presentándose en espacios públicos en los cuales se irán descubriendo nuevas e interesantes asociaciones (dependiendo esto del emplazamiento) pudiendo ser incluso que el espectador haga reparar al propio artista en su propia obra; esto sucede en este caso; aparecen -en el que mira- sensaciones contradictorias (a partir de estas sensaciones comenzaría la construcción de un razonamiento, la propuesta de "la cuestión", cuando el espectador se hace preguntas), la fascinación y el miedo, implicando al receptor desde un punto de vista altamente afectivo, al darnos cuenta de que la víctima (no importa el concretar la causa de nuestro victimismo, pues nuestra imaginación y vivencia subjetivas se encargan de sacar las personales causas a la luz) podríamos ser nosotros mismos; así pues, la presencia de la idea de víctima queda instaurada.

Y sin embargo nos constituimos en observadores situados en una posición privilegiada desde la cual poder examinar los complejos fenómenos de lo cotidiano, al ver al otro sufrir el castigo; un castigo (mirar la propia obra) en el cual no caeremos expuestos mientras permanezcamos precisamente cerca de la imagen, precisamente contemplándola. Se exalta entonces la experiencia del otro (introducción a la catársis que se ha de producir), y un alto grado de sentimiento de dislocación.

Antes de seguir tal vez sería necesario comprobar los dos aspectos que presenta la obra de arte, los cuales podrían llegar a ayudarnos a la hora de extraer las finales conclusiones; uno sería el aspecto natural, o físico, siendo este el aspecto consciente que puede ser manipulado y moldeado por el artista, y acto seguido aparecería el aspecto inconsciente y cultural (poseedor de una tremenda complejidad) de la obra. Pues bien: este aspecto último está lleno de asociaciones y significados, por lo que explicarlo e incluso comprenderlo aparece como acto tan imposible como hacerlo con el inconsciente individual y colectivo. Apenas algunos puntos concretos podemos acercar hacia la luz; "el mundo cotidiano puede ser un peligro". Todo lo cotidiano podría llegar a convertirse en violencia, y tanto pueden convertirse los objetos como las ideas, conceptos y convicciones, momento o conclusión a partir de la cual empezamos a preguntarnos sobre todo aquello que nos rodea. Pero apreciamos en la imagen un entorno tan natural (o artificial; en todo caso entorno urbanita y natural por carácter habitual) como inquietante, incómodo, no distinto del que podemos ver todos los días en nuestra cruenta cotidianeidad, pero sobre el cual sí cambiará nuestra mirada sobre dicho espacio; nuestra manera de observar tendrá connotaciones siniestras al advertir que "lo familiar deviene inhóspito". ¿Cómo ha llegado la artista a provocar tal amalgama de pensamientos y sensaciones en el espectador? Con la eminencia de la escenografía; con la configuración de un territorio dramático en el cual se desenvolvería la narración (el observador actuaría en dicho drama, la vida) de la precariedad del ser humano (la problemática que sufre el hombre actual). Y es que al ver esta imagen, sufrimos sin duda la hostilidad del entorno, revelándosenos nuestra carnalidad.

Es entonces -cuando advertimos el peligro y deseamos proteger nuestro cuerpo para que no se revele herido- cuando nos damos cuenta de que “debemos estimar la calamidad como a nuestro propio cuerpo, pues nuestro cuerpo es la fuente misma de nuestras calamidades; si no tuviéramos cuerpo ¿Qué desgracias nos podrían suceder? Así se aprecia que únicamente quien esté dispuesto a entregar su cuerpo para salvar al mundo merece que se le confíe el mundo”; "solo donde habita el peligro, nace la salvación".

Esta obra, pues, se muestra como experimento hacia el hallazgo de aquel espectador transferido a héroe, buscándolo en cada cambio de emplazamiento; de lugar en lugar, siempre público, con una frase y una imagen que desean saber cómo son asimiladas y hasta qué punto dependen de las diversas culturas a las que se muestra; así, el punto de vista siempre será diferente, y la ética y la política prevalecerán sobre la estética. Más aun al ser una obra abierta, expuesta a múltiples lecturas las cuales muy a menudo reflejan en gran medida la historia personal de aquel que llega a contemplar el trabajo.