lunes, 26 de octubre de 2009

::LA FORMA DE LA AUTONEGACIÓN::

(O LA FENOMENOLOGÍA / ONTOLOGÍA DE LA EMPATÍA)

“Nadie es depositario único de la verdad, ni en el mundo del arte ni en ningún otro mundo. Somos hijos de la duda..., y los hijos no reniegan de la madre. La duda es flexible, tierna, comprensiva. La certeza es rígida como la muerte, como un juez inmisericorde incapaz de comprender que la contradicción es el modo que utiliza la vida para afirmarse sobre su propia incertidumbre...”

Jose Antonio Abellá, La realidad posible.



¿En qué consiste realmente la auto negación?... Es decir; ampliando (con permiso) un poco más el cuerpo de tal cuestión: ¿Qué consecuencias puede conllevar el hecho de desear ansiosa y profundamente una o varias cosas o personas si finalmente uno mismo crea de la nada y debido a su orgullo o autoestima una barrera enormemente consistente y por seguro infranqueable que acarrea la terrible consecuencia de no querer lo que realmente se proclama como completo deseo absoluta y vitalmente necesario?

Es muy posible que estos deseos (más bien, estos sentimientos) se vean profundamente ligados a aquellas personas con un carácter vigorosamente marcado por lo que se podría definir en su conjunto como una personalidad de tipología ególatra-victimista. La personalidad de estos seres humanos se aprecia también poderosamente definida por una constante variabilidad, versatilidad, mutabilidad tanto interna como externa, intentando de este (al cabo tan camaleónico) modo instituir un sello de carácter conformado por lo que tales sujetos ven como sumamente importante o justificadamente interesante en las personalidades de otras personas; de tal forma piensan hacerse fuertes para presentarse con más seguridad ante los problemas que individualmente creen que en su primigenio estado no podrían afrontar. El mito de ingerir la carne del enemigo (tal vez no enemigo cuando sí némesis, contrario, opuesto, “el otro”, al fin y al cabo) para así absorber también la fuerza que le convierte en antagonista y no poder ser vencidos a partir de ese momento por otro como ellos, se ve entonces, si no realmente plasmado, sí de alguna forma representado.

Concluyendo nada más empezar (cual preliminar declaración de intenciones): La personalidad (completamente falsa cuando aparentemente real) de estas personas no deja de ser una seria y más que prudente amalgama de incontables puntos fuertes extraídos de las distintas personalidades de otras personas, pero que al ser separados de su medio natural (aquel para el cual están ya previamente conformados y existen en el interior de los otros), por sí solos no pueden ser consideradas realmente facultades plenamente competentes. Una personalidad entonces ajustada por innumerables puntos fuertes no constituiría, por sí misma, la personalidad más desarrollada o idónea.

Pero en el fallo (tanto en el error como en la verdadera maldad) está lo que realmente idealizamos (a pesar de que constante y superficialmente lo intentemos esquivar): un ser perfecto en cuanto a la forma de su personalidad ya desarrollada, se puede asegurar (a pesar de que esta seguridad no sea más que la afirmación dogmática de una simple teoría íntima), que sería (de ser posible forjar un comentario sobre ella mediante modos sumamente descriptivos y breves), desesperada y hastiosamente aburrida, vejatoria e irritante.

Si es cierto entonces que en el fallo (en lo más profundo de tal concepto o idea) reside la idealizada perfección... ¿Por qué tantas personas nos sentimos irresistiblemente atraídas a rechazar una personalidad cuyas características más manifiestas y visibles son el ser ególatra y victimista? ¿Por qué si es una personalidad con fallos es más rechazada que muchas otras -todas las demás, podría añadir-, las cuales a su vez, por supuesto, también poseen “errores de base”?

A fin de cuentas, siempre podría ser viable que analizásemos por partes esas dos palabras que tanto y tan bien pueden definir a una persona, pues, no nos engañemos, todo aquel que en estos instantes se encuentre leyendo esta breve reflexión, puede incluso crear en su mente una idealización física de la persona de carácter ególatra - victimista; seguramente la imagen -en mi mente al menos así se configura- que entonces se formase habría de ser (a pesar del enorme carácter subjetivo de cada individuo -que quiera probar con este ejemplo su imaginación- que configurará esta representación mental, así como dispondrá los cambios que se producirán en la misma con respecto a la descripción por mí propuesta) en aspectos generales, la de un individuo (más sencillo es imaginar a un hombre con esta determinada personalidad que convertir a la mujer en poseedora de tamaña maldición) de estatura y constitución medias, más bien rozando la debilidad de complexión y la vulgaridad de rasgos, sin exagerar, con cara dulce y caracteres poco marcados, pero con la mirada profundamente orgullosa; una especie de cordero con piel de mismo cordero, en realidad, pues bien es sabido que nadie peor que él para causar daño a los demás.

Pero el hecho de que una persona sea ególatra (siendo esto constituido como idea o concepto apoyado en su misma definición) en absoluto es maldito, virulento, ponzoñoso o despreciable; dicho individuo no hace sino mantener un escudo protector (resguardo preventivo como defensa del todo artificializada) que le informa en todo momento de las (en mayor o menor grado incesantes) agresiones exteriores hacia su persona y que de continuo se encarga de ensalzar sus posibles virtudes en total y completo detrimento de sus potenciales defectos (casi invisibles a sus ojos, por otra parte), observando tales menoscabos como simples, escuetas y pequeñas manchas en su límpida y lustrosa piel (que en cualquier momento puede molestarse en limpiar, pero que aún así no lo hace por no apreciarlo como acto absolutamente necesario; siempre es agradable comprobar una pequeña mancha para planificar ocuparse precisamente de ella).

En apariencia (de inicio -y de momento- diremos sólo en apariencia) esto es lo que provoca (lo más importante al menos, con sus considerados rasgos) el mantener desarrollada (y desenrollada, tengámoslo en cuenta) una personalidad ególatra; y sin embargo, en pura esencia, produce realmente todo lo contrario: mientras de cara al resto de las personas se proyecta lo anteriormente detallado, en el interior de aquel ególatra deben surgir infinidad de dudas, vacilaciones, incertidumbres y titubeos acerca de su propio existir, sobre su verdadera forma de ser, la cual termina por decidir definir (siempre y únicamente para sí mismo) como una de las creaciones más oscuras, abyectas y falsas de todas las que puedan aparecer en la inmensidad de la tierra conocida; Intenta convencerse (a sí mismo y por ende a los demás) de sus enormes cualidades y perfectas capacidades en todo aquello que tiene a bien en acometer, afirmando al mismo tiempo sin embargo (desde lo más profundo de su ser) que no es él mismo mas que una insignificante mota de reluciente Nada inmersa en un conjunto de vacío.

A pesar de parecer algo indiscutiblemente incompatible, se logra apreciar una enorme carga de brutal y feroz pesimismo en este tipo de personalidades (pesimismo precisamente en perfecta coalición con la esencia victimista a la cual lo veremos ligado en el desarrollo de la presente propuesta escrita). No es entonces en absoluto casualidad (aunque sí causalidad) que tal personaje intente y quiera delimitar las acciones o presencias de una personalidad que aúna los conceptos ególatra y victimista, pues para el, casi por definición, ambas se conforman unidas en el interior de un ser humano en concreto (él mismo) a lo largo de su desarrollo como persona.

Ser ególatra es para el individuo en cuestión, poco menos que verse dios traidor a sus principios...

Y sin embargo (tangentes en estos momentos a otra importante y curiosa relación de definiciones) ser ególatra no es ser egoísta (algo que al parecer casi la totalidad de los seres humanos no entiende y que por eterno piensa como conceptos parejos), siempre y cuando el egoísta es aquel bellísimo Narciso que únicamente se ve a sí mismo en el espejo del mundo, intentando robar (debemos recalcar este verbo y diferenciar ahora que el egoísta roba mientras que el ególatra absorbe y complementa) las virtudes de ajenos y ajenas para añadirlas a su colección privada, muestrario siempre sumamente extenso; es aquel bibliotecario que no deja retirar libros de la biblioteca; es aquel que no comparte su sabiduría o experiencia con los demás por el simple hecho de ser uno de los pocos afortunados que la puedan poseer.

Esto es sumamente estúpido. Hace gala el egoísta de una estupidez tan desmesurada que parece no gozar de límite alguno, pues crea un daño real, tangible y profundamente evidente que a él mismo le comporta un beneficio por completo imaginario además de grotescamente informe.

Sin embargo, en comparación, el ególatra es aquel que, a diferencia del egoísta, gusta (disfruta, se alegra, desea, se recrea, goza, saborea) de compartir, no pudiendo (nunca jamás, y como única y primordial condición) ser albergada duda alguna sobre quien es el que imparte y quien el que recibe; quién el maestro y cual el alumno. En ese caso, ¿Podríamos afirmar entonces que el ególatra no roba, como anteriormente esbozábamos, las personalidades de los demás para así conformar su personalidad que cuando ve acabada, también ve invencible? ... ¿O si?

Nos enfrentamos ahora (caemos en la cuenta) a un problema de recursos formales: en ningún momento dejo de afirmar que el ególatra sustraiga o afane ciertos factores (capacidades - cualidades - ventajas) de otras personalidades, pero desde su punto de vista hace gala de un eclecticismo tan puro, tan sano y tan legítimo, que realmente nada ha robado pues le pertenecía desde el inicio de los tiempos. Sólo el ególatra ve con buenos ojos (y desde este prisma) tanto su interior como su exterior, si bien acaparando ciertos errores, pues sabe a ciencia cierta que con los fallos se puede soñar con alcanzar algún día la peligrosa perfección.

También a diferencia del egoísta, el individuo ególatra se preocupará antes por la gente (contexto social) que directamente le rodea (del mismo modo que por las personas ajenas que se encuentren a sus ojos en clara situación de desamparo), para así alimentar su ego, eternamente creciente. Así también necesita, a la vez que realiza determinadas acciones encaminadas a enriquecer el soporte vital de la gente de su alrededor, el saber precisamente que la gente lo sabe: cuanto más alimente su ego, más del mismo modo se comportará, introduciéndose en una cadena de actos en progresión geométrica que difícilmente podrá ser detenida. Pero al mismo tiempo, más que aceptar algún tipo de trueque o regalo a cambio de esas mencionadas acciones de ayuda, le permite llenar mucho más su interior el hecho de rechazar tales tipos de pago. Es más: si no existe o al no haberse producido tal compensación, el ego aumenta a raíz del pensamiento surgido en ese instante, y de forma subconsciente, de haber acometido una acción (guiada por su personalidad) que no ha sido compensada (precisamente porque dicho individuo ególatra victimista no lo ha permitido) y que podría, a partir de entonces, ser exigido el pagamiento de tal favor. Por supuesto esa exigencia jamás será requerida, pues el objetivo de la personalidad en cuestión ya ha sido conseguido: dejar perfectamente claro quién es la persona que permite a otra mejorar de forma temporal o permanente su continuidad en cualquier campo del conocimiento. En este aspecto la inmaterialidad es más valorada que la materia, algo que consiguientemente permite demostrar de forma clara y sin dar lugar a ningún tipo de duda, que el alimento para el alma es superior a la temporalidad de la presencia física y sus necesidades.

Por otra parte, es muy factible que no soporte el hecho de encontrarse realizando cualquier acto que considere de sumo interés e importancia y no hacerlo llegar (compartirlo) al resto de las personas; adora la idea de compartir lo que él mismo puede llegar a crear. Por supuesto, el individuo estaría capacitado para llegar a controlar estos arrebatos de pasión creadora dirigida a aumentar el conocimiento de la comunidad, pero para qué molestarse si él mismo lo admira con un punto de vista que le hace apreciar este compartir, con una enorme autosatisfacción.

¿Cómo encajarían, de todos modos, la envidia este tipo de personas? ¿Soportarán y de qué manera ésta sensación al comprobar las ventajas, de las cuales ellos mismos se autoproclaman máximos representantes, en la piel de otras individualidades? Sencillamente ningún tipo de enmascarado rencor suele pasar por su mente; se dedicarán a analizar, estudiar, buscar una mejor manera de representación, autoconvencerse de la existencia del factor suerte o de las casualidades, y admitirán el error de no haber actuado antes en ese sentido. Por supuesto admitirán la perfecta valoración y, aún más, tenderían a idealizar y divinizar la causa de su sana envidia, para así no olvidarla y plantearla como similar meta que se debe superar.

Llegado este punto se puede observar que pocas maneras existen para intentar detener el aumento de ego de un sujeto atado a una personalidad ególatra/victimista, exceptuando, tal vez, el que a continuación se presenta: el único modo de lograrlo sería crearle problemas que únicamente le atañan a él mismo (pues partimos sin duda de la idealizada premisa del ególatra que no posee asuntos externos que distraigan su potencial inherente), sin incluir a nadie de su exterior. Así se vería en el difícil (para él) compromiso de ayudarse a sí mismo, y no recibir la misma satisfacción que cuando ayuda a otras personas; en conclusión, su ego disminuiría a pasos agigantados.

En tal situación, dicho individuo, dependiendo de la otra personalidad dominante (continuando con el análisis de la combinación ególatra-victimista), es posible que se vea incapaz de superar tal problema y se vea de igual forma invadido por una creciente sensación de culpa, la cual constituirá un firme paso hacia delante para confirmar de pleno precisamente la personalidad que posee. Otras personas, viendo aflorar el sentimiento de protección que toda persona lleva latente en su interior (sobre todo aquellas de las cuales se rodearía el individuo-tipo que estamos analizando), comprobarán lo que sucede y sin duda la mayoría se prestarán a ayudar, no siéndoles negada esta ayuda en casi ningún caso. Esa misma ayuda prestada por los demás es utilizada egoísta e inconscientemente para recuperar su status anterior de personalidad. Gracias todo ello a su condición de victimista.

El hecho de que en esta personalidad se encuentren una serie de acciones, reacciones y deseos, que en nuestra cultura hemos tildado con la cruel definición de victimista (siempre será un rasgo con tendencia a una pobre consideración social), no es al fin y al cabo más que una forma tan válida como cualquier otra (en ocasiones incluso mejor) de alcanzar las metas que cada uno personalmente se proponga; o incluso las que el destino depare clavar en el camino de la vida.

Insisto; ¿Por qué extraña razón parece ser totalmente cierto e irrefutable el hecho de que existir como individuo ególatra-victimista carezca de futuro, que deba cambiar, o que simplemente se le exija proceder mediante ciertos cánones impuestos desde el exterior? No cabe en mi cabeza respuesta alguna que resultase ser lo suficientemente convincente como para hacerme cambiar de personalidad y guiarme por ajenos cánones, que a fin de cuentas son de otra persona, no míos. Pero (y lamento ciertamente verme en el compromiso de proponer otra pregunta que yo mismo contestaré), ¿Dónde podría encajar en este ligero estudio de personalidad el titulado concepto de autonegación? Esta misma bien podría ser llamada autoflagelación. Es la capacidad que posee todo individuo de poder causarse cualquier tipo de dolor, tanto físico como mental, consciente e inconscientemente.

A mi modo de ver, son aquellos seres con personalidad combinada ególatra-victimista, con pinceladas de sub-personalidad romántica (¿Qué se debe entender por este término? Nada más que la real concepción del verdadero romanticismo, mucho antes de que esta palabra quedase desvirtuada en su significado; sería la personalidad infundida por el sentir del poeta, otro factor menos importante en esencia pero influyente en la personalidad que estamos analizando) los que, con seguridad muy a su pesar, son los más propensos a ejercer sobre su persona este antiguo tipo de tortura; pues no se debe poner en duda que como tortura no tiene precio.

La autonegación viene generalmente precedida de una intensa y prolongada reflexión; en ella se proponen en la mente del elegido las ventajas e inconvenientes sobre los deseos que en ese momento se poseen: realizarlos o no, intentar realizarlos o no, incluso desearlos o no, llegando irremediablemente a la decisión (muy de profundis involuntaria) de la autonegación. No se cumplen tales deseos porque nunca se llegan a realizar dichas tentativas de conseguirlos.

Por supuesto, la capacidad inherente de estas personas para hacer relucir (siempre en la intimidad) su propensión a la autonegación, no siempre sale a la luz, si no que, mucho más aún a su pesar, sólo en las ocasiones realmente importantes. Es decir: el prototipo de anhelo que estas personas deben poseer, para así ser capaces de hacer surgir su propio sistema de tortura, va más allá, seguramente, de cualquier pensamiento que en estos instantes cruce la cabeza de aquel que analice este texto; nada material, nada físico, de ninguna meta personal o situación con respecto a la sociedad estamos hablando. Se va más allá: se habla de conceptos totalmente inmateriales que se escapan a la lógica y que tal vez casi por completo obedezcan puramente a sentimientos y sensaciones.

¿Acaso se autonegará alguien el comprar un coche nuevo si su sueldo se lo permite y sinceramente lo desea o necesita? ¿O tal vez se negará a sí mismo el pedir un libro prestado?... ¿O tal vez, después de sopesarlo, no querrá proporcionarle lo mejor a su familia e hijos, e incluso a sí mismo? No, no; No estamos hablando de eso; estamos hablando de algo que está a la vez que no está; algo que se escapa a través de cualquier rendija que la lógica pueda poseer.

La autonegación implica un alto grado de sacrificio, por supuesto, pero también un alto grado espiritual, sin que esto tenga tipo alguno de significado religioso. La única comparación que podría resaltarse en ese aspecto sería aquella que relacionase el deseo autonegado con el dios supremo: aquello tan intensamente venerado nunca podrá ser conseguido. Del mismo modo, esta misma autonegación, aquella que sin más destruye poco a poco las esperanzas de las personas que ostentan la personalidad ególatra-victimista de lograr sus anhelos, ayuda, aunque resulte realmente paradójico pensarlo, a fortalecer sobremanera dicha personalidad. ¿Significa entonces que dichos individuos llegan a formar plenamente su personalidad? Tal vez resultase demasiado arriesgado afirmarlo de forma tan pragmática, pero sin duda debe contemplarse la seria posibilidad de que realmente estarían muy cerca de su evolucionado y por fin completo estado final.

Antes hemos comentado que esta capacidad de negación propia, aparece provocada por una anterior y profunda reflexión, y que a raíz de esa reflexión constante y centralizadora se llega al final, en realidad no deseado, pero aceptado con enorme conformismo. Mas es la duda sobre el resultado en realidad lo que provoca precisamente la falta o carencia de la acción final decisiva por parte del individuo. Ese mismo individuo que en su planteamiento del deseo construye correctamente el mejor camino para conseguirlo, creando a la vez inexistentes peligros y barreras que impiden claramente su consecución. Esto sucede de tal modo precisamente para no tener que recorrer dicha travesía. La falta de confianza, en efecto, en esa personalidad, le ayuda enormemente a forjarla. Correcto pues es afirmar que la duda es comparable en este caso a la poca confianza o a la falta de la suficiente fuerza de voluntad. Esa misma duda que finalmente se convierte de forma oscura en un autoconvencimiento del peor de los resultados, un pesimismo sin límites, que de todos modos le empuja también a superar ese gran muro llamado problema, más no atravesándolo, sino debiendo cambiar de camino. Superándolo, al cabo, casi sin saberlo.

De todas formas, siguiendo por supuesto bajo el análisis de la personalidad que comentamos, ¿Acaso el orgullo del ególatra no le permitiría de nuevo superar esta situación? Sabemos ya que sí; en efecto.

Otra de las ventajas viene iniciada por una nueva duda, en realidad la misma, pero planteada desde un punto de vista más esperanzador: ¿Qué habría pasado si…? Esa dulce espina, fatal para otras personalidades, sería para estos individuos una tabla de salvación. Se convencen a sí mismos de ese futuro, viviendo a partir de entonces una realidad personal que no es más que una onírica realidad: Una vía de escape que le permite de nuevo concentrarse en sus mayores cualidades, es decir, ser un punto de apoyo para otras personas sobre las cuales debe a su vez apoyarse. Una relación simbiótica en la que resultan absolutamente beneficiadas todas las partes implicadas.

Acaso simplemente nos encontramos en este documento con una, considero, aclaratoria fenomenología, de un tipo de subjetividad mucho más extendida y común de lo que a priori podría parecernos (apreciemos incluso, pongamos por caso, la trascendente existencia de numerosos casos insignes de ególatras victimistas: Wittgenstein, Kierkegaard, Cioran y Dostoievski.). Pero me pregunto con qué objeto he realizado este escrito. ¿Autoconocimiento? ¿Y con qué objeto ha de leerse? Posiblemente con todo esto no se haya planteado la solución de esta última pregunta que nos hacemos llegado el final del escrito… o sí, pues tal vez gracias a todo lo narrado alguien llegue a saber realmente qué forma tiene su propia autonegación. Sinceramente así lo espero.





2 comentarios:

  1. Abusas de los paréntesis ya haces la lectura mas tediosa.

    ResponderEliminar
  2. Sin duda así es; pero no concibo este tipo de lectura de otro modo. Consideraciones de estilo aparte, está este texto (o su concepción como tal) muy relacionado con el proyecto retratístico en el que se instalaban barreras, una tras otra y de manera vorazmente continuada, que suponían una traba a la lectura, tanto de este texto como de las imágenes del proyecto.

    Gracias por pasar por este lugar y sobre todo por dedicar tiempo al comentario!!!!

    hasta pronto!!!!!

    ResponderEliminar