lunes, 26 de octubre de 2009

::MOLOCHKE DE BRIONDAGAR::

General de las Fuerzas Menores de la Orden de los Señores del Azar

Carta de Molochke de Briondagar, General de las fuerzas menores de la Orden de los Señores del Azar, dirigida a Corem el joven, Portador del Conocimiento Antiguo.
El presente documento fue encontrado en la Biblioteca principal de la primera torre del castillo del Duque Efritt por Donadel de Torés, Capitán segundo de las Fuerzas Mayores de la Orden de los Señores de Azar, y enviado a través de Cafui El-kry, mensajero de rango doce catorce, a Theleck-Ahnahm, General de las Fuerzas Mayores de la Orden de los Señores del Azar, quien a su vez lo envió a través de Fuy Tadfus, mensajero de rango tres trece, a Corem el joven, Portador del Conocimiento Antiguo.

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Si soy sincero conmigo mismo debo admitirlo desde el principio: Una escalofriante y conmovedora visión recorrió mi vaga mente desde el primer instante, golpeando con fuerza y sin descanso mi ya por entonces debilitado entendimiento; un entendimiento que sin duda no estaba (nunca lo estuvo, lo concedo) en absoluto preparado para lo que habría de suceder a continuación.

Miro hacia atrás en estos escalofriantes días pasados y concluyo que tal vez lo peor de todo fue darme cuenta, muy poco a poco y a mayores, de que mi ineptitud ante la crítica situación que viví y en estas líneas leerás me amedrentaría todavía más de lo que mi imaginación sería nunca capaz de admitir. Estoy verdaderamente aterrado… más intentaré narrar para ti mis por seguro últimos días en esta tierra.

El que pensé aparentemente seguro y aceptablemente defendible remoto lugar en el que me encuentro y que profundamente deseaba protegiera mi esencia de cualquier embate, se habrá de convertir en la ruina de mi desesperación, en la tumba de mi pasado y mi futuro, en la pérdida de todos los conocimientos que he reunido a lo largo de mi existencia y que no podré ya compartir. Tal lugar acabó por mutar de horrible modo en el continente más peligroso en el que me podría hallar nunca enfrentado a tal situación. Absolutamente todas mis conclusiones y decisiones surgieron y se comprobaron como erróneas, y únicamente la suerte, el tan a menudo odiado cuando deiforme y venerado azar, puede llegar a salvarme; y lo dudo.

Todo debido a mi prematura anunciación como general de las fuerzas menores de la orden, cuando alguien supuso que ya estaba preparado para cumplir el cometido al que había sido asignado. Cuan equivocado estaba Theleck-Ahnahm confiando en mí.

Deseo en verdad que nunca a nadie le suceda lo que me acaeció y que desde las más altas esferas de la Orden se den cuenta de los enormes peligros que amenazan a los poderosos cuando confiados Señores del Azar…

Espera… La puerta parece ceder… He de reunirme con mis hombres. Espero poder terminar este escrito…

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Viejo amigo… de nuevo estoy contigo; el azar me concede algún tiempo más de vida e intentaré aprovecharlo de la mejor manera posible, continuando la redacción de este documento que ansío llegue algún día hasta tus manos; de hecho… no me perderé entre banalidades y vacuas palabras (o intentaré hacerlo, aunque ya me conoces) e intentaré ser lo más breve posible:

Tras partir lleno de ilusiones y promesas de futuro impregnadas de victorias que realzarían el ya increíble poder de nuestra comunidad; después de viajar durante docenas de jornadas sin descanso para tomar la ciudadela del Duque traidor a nuestra orden; después de reclutar miles de dispuestos soldados que ansiaban la gloria uniéndose a nuestra sabiduría; después de tanto ofrecer.... defraudé a todos aquellos que habían visto en mi a un líder.

En el día 33 de viaje llegamos a las estribaciones del caudaloso río Pogor, fronterizo a las tierras del duque Efritt; los puentes y las vías de acceso se encontraban por completo destruidas, y ordené el comienzo de las obras de reestructuración de las arquitecturas que nos habrían de permitir el paso a la zona del asedio; por aquel entonces únicamente el río nos separaba del oscuro castillo, y en apenas dos días estaríamos en plena cruzada.

¡Por el Titán de la montaña puedo jurar que fue la más gloriosa batalla que mis ojos contemplaron desde el elevado puesto de mando! Sólo los verdaderos campeones podrían desenvolverse de tal modo al verse asediados con unas fuerzas seis veces superadas en número: El Duque Efritt demostró la verdad de las leyendas que sobre su efigie corrían por las aldeas y los pueblos y aún por lo más profundo de los dominios de nuestra orden. No me avergüenza en absoluto afirmar la cruenta realidad de la aproximada pérdida de ocho mil de mis doce mil hombres en el encarnizado combate, y la horrible suerte que corrieron treinta y tres de mis cuarenta magos iniciados. Pobre destino les tenían reservado los dioses, pues bien saben los hados que el final de un defensor de las auras mágicas merecería ser de cualquier otro modo al que estos desgraciados se vieron sometidos.

Aún así, a pesar de las importantes pérdidas humanas soportadas en nuestras filas, logramos por supuesto entrar en el castillo aniquilando violentamente y sin compasión cualquier dispersa resistencia que ya de manera aislada nos encontrábamos en el interior. El ejemplo para otros traidores casi había sido llevado a cabo, restando únicamente conocer el sin duda horrible cuando justo destino que la Orden tenía reservado al Duque.

Efritt fue hecho prisionero y enviado con una escolta de cien de los mejores soldados que todavía conservaba a mi lado hacia la corte superior de la Orden de los Señores del Azar junto con una breve carta dirigida al mismo Supremo Maestro, describiendo con todo detalle las situaciones vividas en el combate y su desarrollo. Todo parecía ya decidido y resuelto a nuestro favor.

Y sin embargo....La aurora precedió en esta ocasión al mayor temor que nuestras mentes podían soportar recoger.

De esto hace ya tres lentas jornadas.

¡Malditas sean las fuerzas oscuras que aprovechan cualquier oportunidad para hacer suyas las almas en pena! Al día siguiente de la gran victoria, los vigías que habíamos apostado en los torreones que todavía permanecían en pie avisaron de inusuales movimientos en el penoso campo de batalla; en los mismos exteriores del castillo; allí donde la mayoría de mis hombres habían perecido valientemente el día anterior.

Advertí tal vez una trampa por parte de algunos supervivientes del denostado ejército de Efritt (no teniendo ello, ahora lo veo, sentido alguno), y ordené al instante y de todos modos el posicionamiento de mis cuatro mil hombres en los lugares más adecuados para una hipotética cuando impensable defensa. Por suerte había tomado buena nota de las capacidades defensivas del lugar y de las tácticas que el –no obstante venerado en el combate- pérfido traidor había utilizado para defender el castillo; aunque, repito, considerara descabellada cualquier violenta irrupción al día siguiente de nuestra victoria.

Cuanto puede equivocarse el hombre.

Tras las órdenes pertinentes enseguida alcancé el puesto de vigilancia más cercano y observé por mi mismo la inhabitual situación. Una intensa neblina como mis ojos nunca antes habían visto cubría la totalidad del campo de batalla.

Inhabitual no es la palabra adecuada para describir lo que mis ojos percibieron a duras penas en aquel momento; necesito una palabra más precisa, más imponente, más oscura, que pueda llegar a describir el pesado despertar de todas las tropas que tanto el duque como yo mismo habíamos perdido en la batalla. Unas fuerzas tenebrosas que mis conocimientos no advirtieron a detectar habían devuelto las almas en pena a sus inarticulados cuerpos.

Llevamos tres largas jornadas resistiendo los continuos embates de las fuerzas que tanto temor provocan entre las filas de mis cada vez menores huestes. No tenemos descanso alguno, y nos vemos abrumadoramente superados en número; no descansan, no perecen, no aparentan sentir dolor alguno, y el único modo de retrasarlos, que nunca de detenerlos, es intentar inmovilizar a la mayor cantidad de ellos posible. Mis iniciados magos se admiten vencidos por una situación que nunca han aprendido a controlar. Pobres necios aquellos que, como yo, aceptaron sin saberlo un azaroso destino que finalmente causaría su destrucción.

Con una cada vez una más baja moral entre mis filas únicamente pude, vez a vez, dar la orden de retrasar el posicionamiento de las tropas hasta el segundo muro de protección interno que tantos problemas me había dado conquistar días antes; supuse que tal vez allí tendríamos la oportunidad de resistir al menos dos o tres jornadas a mayores; pero no fue así.

Este es el instante en que he decidido comenzar a apuntarte mi desventura: Cuento, ahora que te escribo, con un número de soldados cercano a la centena. Estamos sitiados en la enorme torre norte, en la cúpula superior, y el resto del castillo está ya tomado. El día de hoy ha sido el de más calma desde hace tiempo... apenas puedo recordar desde hace cuanto; al menos un tercio de mis hombres están aquejados de una extraña enfermedad que a cada hora que pasa parece inutilizarlos más; y mis magos nada pueden hacer con sus cualidades curativas. Estoy convencido de que nada puede ya salvarnos de esta situación, pero no puedo dejar que mis hombres adviertan sombra alguna en mi ánimo. Los arengo de continuo, los animo a resistir convenciéndolos de que con toda seguridad y ante la extrañeza de la falta de mensajeros (que deberíamos haber enviado ya hace tiempo hacia la corte del Supremo), vendrán hasta nosotros con fuerzas suficientes suponiéndonos en peligro.

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He enviado tres soldados hacia los aposentos más elevados del interior de la cúpula del torreón; los magos han cercado mágicamente la zona en la que estamos, pero estas criaturas parecen ser inmunes a la mayoría de los hechizos que mis pobres iniciados se ven capacitados parta lanzar.

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Los tres soldados han encontrado una extraña puerta en la zona más alta de los aposentos y he decidido que nos desplazaremos en breve hacia esa zona dejando atrás a los heridos; nada podemos hacer por ellos ya, pues la mayoría parecen haber muerto y el resto se ven por completo incapacitados para desplazarse. Algunos se han visto invadidos por una inusual locura atacando a varios de los nuestros y no podemos arriesgarnos con los demás; una vez arriba veremos hacia donde nos conduce la insólita puerta que mis soldados me han descrito. Siento no poder escribir de una sola vez el documento que te lego… pero apenas tengo descanso alguno que me permita cambiar la espada por la pluma...

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La entrada a la biblioteca en la que nos encontramos ahora estaba defendida por un conjuro dispuesto en la misma puerta por la cual se accedía, aunque por fortuna, la magia con la que contamos ha podido neutralizar el bloqueo. Esta sala es lo suficientemente grande para dar cabida a los aproximadamente treinta que somos y la puerta pasaderamente recia como para soportar algunos embates. Gracias a unas pequeñas aberturas en la zona más elevada de la pared de la galería superior hemos podido ver cómo han entrado ya en el habitáculo que antes ocupábamos y cómo tenemos ahora por enemigos a los que hasta hace poco eran los heridos que habíamos dejado atrás; aunque habría vendido mi perenne alma por no verlo. Allí veo a Rasbedor, uno de mis mejores capitanes, cuyo pútrido cuerpo apenas me permite reconocerlo; hacía dos jornadas que no le había visto y le daba por muerto… mas… no acierto a definir realmente su actual estado.

La única salida de la biblioteca es una gran ventana en la que reside una de las vidrieras más maravillosas que he visto nunca, y los libros que aquí encuentro son realmente interesantes. He ordenado a mis hombres que, tras una breve plegaria, se olviden de lo que está sucediendo de puertas afuera de esta sala; nos dedicaremos a admirar la agradable arquitectura de este espacio, completamente distinta a la del resto del castillo, y también a ojear los documentos que están a nuestro alcance. Intentaremos, del mismo modo, festejar y terminar las escasas raciones que todavía guardamos con nosotros para disfrutar del, con seguridad, poco tiempo que nos queda. Algunos lloran… y no puedo reprochárselo pues estoy viviendo el mismo terror que ellos.

¡Oh, viejo amigo! ¡Cuánto pienso en ti en estos instantes! Sin duda si estuvieras a nuestro lado las tornas cambiarían; hallarías la solución adecuada para que los que todavía nos mantenemos en pie pudiésemos resguardar nuestras infortunadas vidas. Y si así no fuera… si ni siquiera tu pudieses lograrlo… más agradable vería la brutal muerte a tu lado.

Querría compartir la noticia de mi gran victoria contigo cuanto antes… ¡Aunque seguramente tendremos que dejarlo para otro momento!

No se si es locura o la imposibilidad de deshacerme de este maldito humor que tan bien conoces lo que provoca tales verbos.

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Ha pasado un día y la puerta comienza a ceder. Escucha, gran amigo: sin duda recibirás noticias de lo que ha sucedido en el castillo del Duque Efritt, y de quien era el que dirigía las tropas menores de la Orden de la que eres uno de los mayores integrantes; Conocerás el destino que he vivido y sólo te pido que averigües qué sucedió en este lugar para que nunca más vuelva a ocurrir. Dejaré estos escritos escondidos en esta biblioteca, y marcaré señales en las paredes que espero sólo tú reconocerás; ya las habrás encontrado, pues ellas te han llevado al lugar que he elegido para dejar este documento. Ahora te dejo, pues las puertas están a punto de ceder, y nos disponemos a formar la última defensa. Será curioso; remataré mis días utilizando la defensa que ambos habíamos desarrollado cuando jóvenes en la abadía de Thementhor. ¿Lo recuerdas? Seguro que así es, y podrás entonces imaginar la escena con todo lujo de detalles. Ellos atacan sin táctica alguna, amparados en su inconmensurable número, lo cual me permitirá retirarme de la Orden con un pequeño detalle digno del gran Alexandrós ¿Era así el nombre de aquel magnífico estratega? Recuerdo haber leído su nombre y algo de su historia en algunos escritos que habías encontrado hace tiempo, pero no estoy seguro de que lo haya escrito correctamente. En fin, amigo mío, has de saber ahora que no soy el único que mantiene la frialdad en estos instantes, sólo en apariencia de todas formas, pues en nuestro interior sentimos el mayor de los pesares.

Se disponen a entrar. Iré a primera línea; combatiré de nuevo como estos días al lado de mis hombres y gritando tu nombre en el fragor del combate hallaré las fuerzas necesarias para no desfallecer antes de tiempo.

Adiós, amigo mío.

Que el azar te ampare eternamente en su bondad.


Molochke

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