jueves, 29 de octubre de 2009

::SOBRE LO DESCONOCIDO::

(EL ROSTRO UNIVERSAL)
Una forma de definir lo que no se conoce

Ante el apasionante desafío de dialogar con uno mismo acerca de un tema a mi entender tan sumamente importante como el que a continuación trataremos, se nos aparece desde un principio la radical trascendencia del inicio mismo de los planteamientos que se intentarán desarrollar de la mejor manera posible (poco hay tan importante en toda situación como hallar la senda precisa, para no comenzar perdido en la infinitud del pensamiento). En este caso, iniciaremos tal discurso tan supuestamente en principio complicado manifestando la más básica de las afirmaciones posibles al respecto (digna sin duda del mismísimo Perogrullo), siendo esto que a pesar de que cualquier persona o cosa lo es en sí misma hasta que deja de serlo, tal vez lo desconocido confirme este dogma con más seguridad y energía que cualquier otra aseveración que pudiésemos en este momento y sobre este aspecto realizar.

Así pues, presentando que lo desconocido lo es en sí mismo hasta que deja de serlo, observamos que aunque simula una verdad aparente (siéndolo de cualquier modo, al menos en la teoría), dicha frase encierra también toda una definición que incluye el saber ver y observar la verdad en defecto de lo aparencial. Deberá trabajarse lo desconocido entonces con los ojos espirituales (desligando el concepto “espiritual” de cualquier carácter religioso que se le pudiera suponer), para poder evolucionar en la búsqueda de conclusiones viendo la verdad y rechazando las apariencias (lo pseudos). Surge en este punto, y sin haber desarrollado todavía (en absoluto) la esencia de los planteamientos, una interesante pregunta que pone en duda el hecho de que conozcamos realmente lo que creemos conocer, siempre en base a la calidad misma de lo conocido y nunca a su cantidad.

Apreciamos, del mismo modo, que si deseamos vehementemente acotar lo anónimo (esto es, delimitar la frontera o límites que marca con aquello que forma parte de nuestro conocimiento), debería incluirse la explicación del posible tránsito en cualquiera de las dos direcciones (de lo que conocemos hasta que lo olvidamos, y de lo que desconocemos hasta que nos es enseñado), considerando a partir de ahora lo conocido como Grupo A y lo desconocido como Grupo B por el simple objeto de marcar visualmente las zonas de ocupación de nuestro entender. Así pues, el cambio de lo desconocido a lo conocido es, básicamente, el paso de la no existencia a la existencia, el discurrir de las ideas desde el Grupo B al Grupo A, siempre partiendo desde el concepto de aquel cosmos al cual denominaremos mundo personal: el mundo conformado por el conocimiento del individuo-tipo (siempre comprendido como mundo existente en nuestro yo consciente). Dicho tránsito/trayecto –de lo desconocido a lo conocido- pasa por ser entendido mediante el uso de la razón en mayor medida que por el uso de los sentidos (simples soportes iniciáticos del logos que ayudan a la formación de los cognoscible) aún existiendo siempre ambas (y muy distintas) posibilidades o intentos de comprensión.

¿Cómo debemos entonces defendernos de lo que desconocemos? Sin duda debemos decantarnos por el uso del logos como arma destinada para la defensa frente a lo ignoto, en un claro intento por racionalizar la nueva existencia que en el mundo personal del individuo aparecerá por primera vez, como nacida de la nada (continuando con el esquema mental de la separación de grupos, en este caso, una idea más –la que acabamos de conocer- entraría a formar parte del Grupo A procedente del amplísimo Grupo B como antes habíamos esbozado). Lo siguiente surge en la duda como la comparación que realizaremos con lo ya existente para definir así lo desconocido y diferenciarlo con exactitud: cuando apreciemos que es distinto de todo lo que no es él (de todo lo que conocemos), comenzará el verdadero trato con aquello que ahora pasará a formar parte de nuestro conocimiento. Es claro pues, llegados a este punto, que la razón es el puente, la Kénosis entre lo desconocido u olvidado y lo analizado y aprehendido.

Hemos apreciado ahora un nuevo giro en la posible definición sobre lo desconocido, siendo así que lo ignorado comprende la posibilidad de haber sido conocido en algún momento pasado y a la vez haber sido olvidado (si aceptamos que lo desconocido es denominado Grupo B -externo al Grupo A- lo conocido pero olvidado, al estar dentro del Grupo A, formará pequeñas islas a las que titularemos como sensibles Grupos C). La memoria aparece entonces como el soporte del recuerdo y base del uso de la razón, tomando forma la posibilidad de que el desconocimiento pueda ser activo tanto en cuanto pase a ser integrado como acto de memoria; ésta aparece diferenciada entre memoria voluntaria e involuntaria, siendo la voluntaria aquella que trabaja a nuestras órdenes, forzada a discurrir con la ayuda de otros recuerdos y conocimientos que sí poseamos, y la involuntaria, por el contrario, la que tiene a bien en reaccionar tras el impacto de uno o varios signos en nuestro entendimiento.

Así pues, al hablar de lo desconocido podemos hacer alusión o referencia a la anamnesis, el recordar lo olvidado, que no es más que un conocer (re-conocer) lo desconocido, más en este caso como ya existente en el (con anterioridad) mencionado mundo personal. Sería el no percatarse de la debida correspondencia entre un acto y la idea que se tiene constituida de una persona o cosa; del mismo modo se admite la aptitud de un re-conocimiento de la capital mudanza que se acierta en dicha persona o cosa.

Tal vez, con destino a aclarar un poco la barrera entre lo conocido y lo desconocido, sea posible comparar dicho espacio con la analogía luz/oscuridad, además ampliando dicho campo metafórico hacia la aseveración “allí donde la luz sea más pura y enérgica, las sombras adquirirán más fuerza”, posibilitando que en el momento en el cual el conocimiento adquiera en nosotros más fuerza o amplitud, lo desconocido lo sea con más presencia (lo desconocido lo es con más fuerza, intensidad e incluso densidad). Esta última afirmación, como vemos, nos lleva de nuevo a la frase con la que hemos iniciado las presentes conclusiones: lo desconocido lo es en si mismo hasta que deja de serlo.

A modo de resumir en parte lo dicho hasta el momento, vemos que lo desconocido aparece como aquello olvidado, pero también, por supuesto, como aquello sobre lo que con anterioridad no se poseía saber alguno.

El inicial enfrentamiento con lo desconocido se produce por deseo propio o por que “nos es dado” (aún en el momento en el cual lo que no conocemos “se nos aparece”, pasando nosotros a formar parte del ideal grupo de los genéricamente llamados poetas, podremos usar la razón y la lógica para encauzarnos de nuevo en el buen camino, al menos en el que a mi parecer simula como correcto). Surge (acabamos precisamente ahora de esbozarlo) la comparación en este momento sobre la figura del filósofo y la del poeta (incluyendo todo acto poyético de carácter artístico dentro de esta última individualización); mientras que el primero es el que buscaría el enfrentamiento con lo que desconoce siguiendo el curso de la razón, su propia dialéctica, sus propias hipótesis para conformar y construir el mundo, el segundo viviría re-poseído por “aquello que le otorga”, presentándose ante lo desconocido sin desearlo pero elevado y feliz, a diferencia del filósofo, que sufre la violenta elección personal de su propia senda. El primero es el camino de la razón ante lo desconocido; el segundo es el de los sentidos ante lo desconocido.

Por otra parte (y como última cuestión a tratar en esta breve reflexión), es mi deseo destacar que imposible se supone sobre nuestras humanas capacidades el evocar lo desconocido, pues no podremos nunca en modo alguno traer a la memoria recuerdos sobre algo que no hemos conocido, y menos aún conocido pero olvidado, al menos de forma voluntaria, al afirmar que el recordar lo olvidado sólo podrá realizarse mediante el soporte e influencia de los signos denominados mundanos actuando sobre nuestro entendimiento. Podremos entonces acercarnos a una posible representación de lo desconocido mediante la imaginación, hermana a priori débil de la razón (pues el mundo en parte se hace posible al entendimiento en base a una imaginación, a una imaginación ciega. Construir el mundo en base a tal conocimiento pasaría por imaginarlo con anterioridad para poder así posteriormente asimilarlo en base al logos). Lo desconocido abarca el espacio que nunca será posible explorar en toda su extensión; más aún/incluso parece difícil presentar una concreta imagen (signo/s) que se acerque a aquello que cada uno de nosotros desconoce. ¿Cómo imaginarías lo desconocido? Sin duda de forma distinta al resto de nosotros, al influir directamente sobre dicha imagen el gusto y la imaginación, aspectos del subjetivismo en sumo grado. ¿Debo responder a esta pregunta? ¿Cómo imagino pues lo desconocido? Al no existir el conocimiento pleno admitimos que lo desconocido es en sí mismo ilimitado y por tanto inabarcable, pero esto desde el punto de vista de un limitado plano temporal. Siendo así, posee duración ilimitada (evo). Mi mente discurre entonces frente a este reto hacia una posible alegoría de la sabiduría, del conocimiento pleno o de su concepto de deseo; Fausto pacta con el diablo; Odín troca partes de su cuerpo; todo ello en pro de la obtención del pleno conocimiento tan deseado por sabios y dioses. Aparece así la idea de la representación de un rostro inmenso en cuyo interior todo es comprendido; comprendido como explicado y comprendido como abarcado. Un rostro conformado por infinidad de signos de todo tipo, que será mostrado no representando en sí dicho rostro, sino la idea del mismo rostro: la idea de un rostro universal.

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