martes, 22 de septiembre de 2009

::BREVE TRATAMIENTO SOBRE EL GUSTO::

(Y la consecuente rebeldía de la máscara de Patrice Bollon)


Difícil puede parecer a nuestros ojos ser capaces de definir de algún modo el gusto, cuando aquello mismo que a continuación trataremos se muestra tan en apariencia subjetivo y personal o, como se nos dice, “sistema de preferencias”, ya sea este individual o colectivo. Y sin embargo es posible que alcancemos a nombrar al gusto en referencia a la “esencia” que posee todo objeto, imagen o texto, esencia misma que provocaría una determinada reacción en nosotros, pudiendo ser ésta positiva o negativa.

Profundizando un poco más (siendo esta nuestra intención), podríamos desarrollar ahora la posibilidad de comprender el gusto según la personalidad que produce la mezcla de todo objeto, imagen o texto por medio del arte. Tal vez la palabra personalidad no encaje en principio en esta apreciación, pero no sería la primera vez que escuchásemos la expresión que alude a la personalidad de algún objeto o cosa en concreto. Esa misma personalidad (o esencia si lo deseamos) es la capacidad que posee dicho objeto de producir una respuesta por nuestra parte, por parte del espectador. En la mayoría de las ocasiones en las que nos hemos topado con la desagradable situación de (consciente o inconscientemente) definir la razón del gusto o el gusto en si mismo, hemos tratado el tema desde el punto de vista que nos atrae y pesa más; el nuestro propio, por mucho que fuese sumamente interesante elaborar una profunda y seria teoría sobre el gusto, mostrando al objeto “protagonista completo” de nuestro condicionamiento.

También podemos definirlo como el placer o deleite que se experimenta con algún motivo, o se recibe de cualquier cosa; la propia voluntad, determinación o arbitrio; aquella facultad que todo ser humano posee para sentir y apreciar lo bello y lo feo.

Llegamos entonces a la pre-conclusión (sin haber podido por ahora -aún es pronto- definir propiamente el gusto) de que dos familiares conceptos a mayores (lo bello y lo feo) se introducen irremediablemente a la hora de afrontar la cuestión que proponemos. Y también nos damos cuenta al poco de otra situación que nos condiciona a la hora de usar el concepto de gusto, siendo esto que la misma palabra utilizada sin calificativo alguno será tomada siempre en buena parte; así, desde un principio, el positivismo pleno prima en este concepto.

De este modo, la cualidad, forma o manera que hace bella o fea una cosa (además de hacerla reconocible) la tratará siempre inicialmente a partir de los cánones personales de belleza, y nunca de fealdad. Aquello que nos desagrada es siempre un punto final al que llegaremos partiendo siempre del concepto de belleza (aún siendo cierto que existen cánones temporales de belleza que re-interpretan el gusto de la sociedad, no debemos desestimar la individualidad que agregada a otras, forma dicha sociedad)

Una de las acepciones que encontramos en diccionarios enciclopédicos sobre la definición del gusto es la que sigue:

“Manera de sentirse o ejecutarse la obra artística o literaria en país o tiempo determinado. Manera de apreciar las cosas cada persona. Sentimiento de apreciación propio de cada cual. Capricho, antojo, diversión”.

Asimilada esta definición podemos apreciar la coincidencia de pareceres sobre la opinión del cuestionamiento de los criterios que guían al gusto.

Por otra parte, si bien es posible hablar de gustos de época, podemos también pre-concluir que en numerosas ocasiones se ha relacionado el gusto con la moda o la tendencia temporal ("...en país o tiempo determinado”…) la cual habitualmente comprobaba precedida su introducción por parte de una determinada clase social o colectivo alguno (“…en país o tiempo determinado…").

Es entonces cuando comenzamos a entender reacciones sociales definidas en su mayor parte en base al gusto: Petits-maîtres, roués, macaronis, muscandins, inc´oyables, me´veilleuses, sansculottes, te´o´istes, románticos, modimanes, la mediévolâtre, skinheads, zoo-suiters, zazous... abundantes de ellas introducidas por motivos sociales e incluso políticos mediante la máxima de la promulgación de la diferencia. ¿Puede hablarse de estos movimientos (y cualquier añadido, posterior o anterior) como “introducciones del gusto”? Aludimos ahora de nuevo a una determinada frase del texto de Bollon:

“(...) el gusto se fundamenta sobre categorías externas que el sujeto reconoce y valora, pero que siempre están dadas de antemano (...)”.

Nos preguntamos entonces (insisto, aún sin haber podido aportar definición válida alguna sobre el gusto): ¿Quién o quiénes se encargan de dogmatizar los fundamentos del gusto?

A pesar de la inicial insistencia de nuestras capacidades cognitivas sobre la imposibilidad de la existencia (o desarrollo serio) de la explicación del gusto, hemos de ser capaces de apreciar de todos modos que existen ciertos aspectos que, ya sea por historia concreta o transcurrir histórico, han llegado a lo más alto de lo denominado como buen gusto: el estereotipo o la máxima del gusto.

Aquí entra en escena un personaje por todos conocido: Baudelaire extrajo del dandismo y de la vida de Brummell una (denominada) verdadera y completa estética. (Patrice Bollon acuña la idea de que lo que en Brummell se limitaba a una práctica de vida, se convierte en un verdadero cuerpo de doctrina intelectual, de pensamiento y de acción).

Antes de continuar nuestra búsqueda (pero inmersos en ella, en todo caso) deberíamos diferenciar el gusto o gustos generales existentes (tipos de tendencias que han marcado una época en concreto) en contraste con los gustos personales que, al fin y al cabo, no son más que pequeños fragmentos de aquellos otros gustos más generales, los anteriormente mencionados. Y continuando con esta reflexión (preguntándonos qué placer puede producir la naturaleza o la obra de arte y la razón de tal aspecto), además de lo bello y lo feo observamos cómo aparecen dos conceptos a mayores a la hora de buscar definición al gusto: mayoría y minoría. Los aspectos sociales y políticos que encierra tan pequeña palabra como puede ser “gusto” son enormes, destacando la minoría como paradigma del gusto innovador a diferencia de la mayoría, adaptable por medio del tiempo a las modas introducidas por los anteriores.

Tras analizar lo compilado hasta el momento podemos al menos llegar a alguna primigenia conclusión sobre el gusto: Es un concepto, una (simple) palabra simple que intenta atrapar cánones impuestos fracasando (así parece) en dicho intento. Buscaremos entonces el nacimiento de dicho placer que puede producirnos; qué o quién nos lo permite sentir.

Como recopilación rápida cuando exhaustiva de lo escrito hasta el momento, si aceptamos la idea de que el gusto es un modo propio de la sensibilidad aceptamos también la subjetividad; y dependiendo de los hilos sensitivos que pueda trastocar, aparecen los conceptos de bello y feo; y contabilizando el alcance de ciertos tipos de gusto se introducen las mayorías y las minorías; pero si continuamos analizando la historia vemos que mucho antes de los francos salones de exposición, la sombra del gusto sobrevolaba toda comunidad de individuos, independientemente de su situación o temporalidad; así, efectivamente, comprobamos que a partir de aquel momento surgió el gusto de carácter impositivo con dos básicas posibilidades: su aceptación o su rechazo.

Antes de tomar por absurda la aparente obviedad de lo dicho, pensemos un momento en que habitualmente lo impuesto adquiere el estatus de buen gusto, y su rechazo nos aparta de la ya creciente mayoría, permitiéndonos, sin embargo (y aquí es tema importante admitirlo), adentrarnos en la posibilidad de la imposición por nuestra parte de pautas de un nuevo (y futurible) buen gusto, completamente distinto al anterior, posiblemente incluso transgresor, el cual alcanzando entonces el carácter de impuesto, moverá a una nueva mayoría.

“(...) toda decadencia en arte procede incluso de un debilitamiento de este (...)” nos dice Wilde en La decadencia de la mentira .

Lo anteriormente considerado buen gusto pasa así a un segundo plano, e incluso sin perder la consideración de bello, únicamente lo será agregándole el concepto de temporalidad.

Llegando al final del escrito, tal vez precipitadamente se pueda ultimar que el gusto debería aparecer precedido de la razón para que pudiéramos de algún modo tratarlo como una cualidad objetiva. Pero en este breve tiempo de preparación de los pensamientos o conclusiones aquí planteados no podríamos nunca (anhelar) encontrar la definición del gusto, si no más bien plantear algunos puntos sobre cuya relectura y reflexión se puedan acotar nuevos pensamientos. Sin embargo sí precisamos la certeza (personal opinión) de que es obligatoriamente la idea (sumada al imago) la que embellece lo cotidiano, pues cualquier acertada racionalización de aspecto alguno contribuye siempre a proporcionar sabor emocional a las cosas en sí mismas.


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