martes, 24 de noviembre de 2009

::MEMORIA DEL COBARDE::


¡Aquí dentro está todo tan oscuro...! Hace calor, demasiado calor en este adusto y fosco espacio tan sumamente estrecho en el que nos hallamos todos confinados.

Mis hermanos y yo. Nadie dice ni hace nada ante el violento futuro que nos aguarda, ni siquiera llegados aquellos atroces instantes en los que alguno de nosotros es trasladado y alejado de los que son como el, de nosotros, escogido al azar sin duda para ser vejado fuera de este punto infecto.

¿Nacimos en este lugar? No lo recuerdo bien, pero creo que no; intuyo que hemos nacido todos nosotros en otro lugar igualmente aterrador del cual nos sacaron hace tiempo. Ahora mismo, en esta celda, quedamos sólo cuatro. Tres de mis hermanos y yo; y lo más horrible es que éramos veinte...

Desde que nos trasladaron al cubil que forzadamente habitamos, aquel en el que desde entonces obcecadamente observamos o intuimos, más bien, el transcurrir de los días, hemos sido testigos de cómo se los iban llevando, uno a uno, a los demás, al exterior, a la luz, para no volver.

En el fondo estamos seguros de qué pasará una vez estemos fuera: nuestra existencia se verá truncada de la manera más horrible y espantosa que habríamos podido imaginar; nos dirigiremos hacia la peor de las muertes conocidas, y aún así… sabemos… aceptamos que hemos nacido para eso; hemos aparecido en esta vida para proporcionar con nuestra horrible muerte placer a estúpidos sin ingenio que gozan como nunca deleitándose al vernos consumir en las llamas de la tortura.

El fuego.

Ayer se llevaron… o más bien se llevó, pues sólo a uno de los carceleros hemos visto hasta el momento, a mi hermano más querido: lo sacaron de la celda cuando descansaba a mi lado, tranquilo, confiado, seguro, crédulo en la idea de que él sería el último en ser asesinado; “el afortunado”, lo llamábamos entre las desconsoladas sonrisas de los momentos más tranquilos. Realmente lo amaba. ¿Era o no el mejor de nosotros? Sin duda sería el que más hubiese merecido ser salvado... porque a veces… sólo a veces, sucede la salvación; cuentan las historias que en ocasiones no sólo uno sino varios incluso se salvan de la hoguera y escapan sin que nadie sepa cómo a su horrible y primigenio destino. ¿Gracias tal vez a la magnificencia de aquel que nos tiene retenidos? ¿Cuestiones políticas? Es posible. ¿Tal vez por un descuido? Improbable.

Yo nunca he asistido a la salvación de uno de los nuestros, y, quedando los que quedamos, no aspiro a presenciarlo nunca.

Pero mi querido hermano... mi valiente hermano… mi muy amado hermano… ¡¡No es justo!! ¡Cambiaría de buena gana mi parca vida por la suya, aunque sólo fuese para poder proporcionarle una nueva oportunidad de salvación!... mas... ¿Qué digo?... son estas únicamente desconsoladas y vacuas palabras de un cobarde como otro cualquiera al que le habría bastado en su momento con un simple empujón para ejercer de héroe; ejercer de héroe y cumplir lo que ahora grita oculto en una esquina desde su medroso interior... salvar la vida del más fuerte...

La celda en la que vivimos es pequeña, oscura y extremadamente calurosa; diseñada para veinte, incluso nosotros cuatro no nos encontramos en absoluto cómodos. Estamos de pie y dormimos de pie, y cuando éramos algunos más, para poder movernos lo debíamos hacer todos a una.

Pero es mejor dentro que fuera; aquí dentro, al menos, mantienes la esperanza; la esperanza de que la próxima vez que abran la trampilla de la celda, NO te escojan a ti; la esperanza de que cuando llegue tu propietario legal, aquel que te ha comprado, prefiera torturar y asesinar a uno de tus hermanos antes que a ti; la esperanza de ser un apóstata cobarde inmisericorde...
Los tres que quedan conmigo son los más temerosos, los más débiles, los más aprensivos; pero han llegado casi hasta el final. No hablan desde que se llevaron a mi querido y valiente hermano. Ni entre ellos ni conmigo. Sólo los escucho sollozar de vez en cuando y gemir apoyándose los unos en los otros.

Yo me he apartado de ellos porque me dan asco, repulsión; incluso más del que yo mismo me doy. Los odio profundamente. Los odio porque no merecen haber llegado hasta aquí. Porque no son dignos de haber sobrevivido a su valiente hermano. Porque se enfrentan a su cruel destino de la manera más cobarde que conozco. Los odio porque me odio a mí mismo.

Y qué importa. Nada. Nada importa ahora. Quedamos los que quedamos y punto; no hay nada más que decir. Porque es la mayor tortura y nunca esperanza el resistir aquí confinado, esperando con incertidumbre un final sobradamente anunciado.

¿Sabéis… sabéis que a veces dejan en la celda el instrumento de tortura con el que la noche o el día siguiente nos calcinarán a alguno de nosotros?

Si: En verdad ormimos al lado del instrumento de Leviatán, pero lo que no saben los que nos encierran en este lugar y nos ofrecen este destino es que morir quemado es casi un alivio… lo que, por otro lado, y descorazonadoramente abatido, me lleva a concluir que es la esperanza el arma más cruel con la que cuentan nuestros guardianes y asesinos; la esperanza es mala, virulenta… no es más que la perdición de un alma noble que espera más de lo que suele obtener.

Ya se acerca… oímos ruido en el exterior de nuestro encierro y todos sabemos que la puerta está a punto de abrirse… ¿Seré yo? ¿Tal vez sea yo el escogido? De nada sirve la pregunta sin respuesta mientras observo lo que sucede; y ya pronto lo sabré. La puerta se abre y uno de nosotros será elegido... sólo uno de nosotros… es… ¡Se acercan!... ¡Vienen a por mí! ¡¡Soy yo finalmente el elegido!!

Las fuertes manos de mi carcelero me sujetan con cruel fuerza y dureza al tiempo que me desplazan con despiadada rapidez hacia una enorme sala que nunca antes había visto... ¡Oh, Dios mío, no me has abandonado! ¡Que vista más bella existe allí donde ahora estoy! Han pasado únicamente unos segundos desde que fui escogido, y conociendo cual será mi final, mi horrendo y pavoroso final… casi pienso que merecerá la pena sufrirlo por disfrutar todo aquello que estoy divisando desde el terrible abrazo al que me veo sometido. ¡Extremada belleza de amplitud infinita! ¡Espacio sin duda propio de los dioses, aquel en el cual he de perecer! Pero... ¿Qué me sucede? Mi cuerpo… No opongo resistencia… no alcanzo a moverme… y la fuerza con la que me sujetan disminuye hasta convertirse en una cálida y dulce caricia mientras aprecio cómo el arma de mi asesino se aproxima hacia mí, lenta y parsimoniosamente, haciendo saltar las primeras chispas que prenderán en mi yo y me harán enloquecer muy pronto de dolor. ¡Amado hermano!... ¡Moriré pensando en ti! ¡Arderé considerando que estaremos juntos de nuevo en un lugar mejor!

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