domingo, 15 de noviembre de 2009

::CRÓNICAS DE HÉROES::

CRÓNICA PRIMERA:

“DE LA INTERESANTE VIDA DE RAUNO BOKJART”

No eran buenos tiempos para los campesinos (1), aunque en realidad, y si bien es cierto… nunca lo fueron; ni lo son; ni lo serán jamás. La familia del joven e impertinente Rauno había sido campesina desde siempre, tanto sus padres como sus abuelos, como los abuelos de sus abuelos y como todos aquellos anteriores a el y que todavía podían ser recordados en las oscuras y tremendamente decepcionantes historias llenas de desidia y desesperación que se narraban de boca en boca por las noches, justo antes de descansar estricta y decepcionantemente lo necesario para volver al día siguiente a lo mismo de siempre. Exactamente lo mismo. Sin cambios.

De todas formas (2), el fuerte y sobre todo confiado bonachón padre de familia, Jonblar “nariz torcida” Bokjart (3), anhelaba que la tradición campesina de su familia (4) fuese al fin denostada por el menor de sus hijos (ya nombrado con anterioridad en esta historia): el fuerte, ágil, valiente (legendario sin duda en un futuro) y séptimo rubio descendiente de su estirpe, Rauno Bokjart (5).

Casi desde el momento en que Rauno llegó a este mundo (6), su carácter fue muy distinto al de los insípidos y aburridos componentes de su familia: apenas sabía gatear cuando ya escapaba del cuidado de aquel encargado (horrible misión) de custodiarle y se asomaba al corral donde tranquilamente descansaban y se alimentaban las gallinas, gallos, ocas y demás aves allí reunidas, apareciendo (irremisiblemente y con demasiada asiduidad) una o dos de ellas muertas instantes después de su visita; y es que a Rauno siempre le pudo cierta curiosidad; desde muy pequeño.

Tardó bastante en aprender a hablar, y nunca demostró demasiado énfasis (más bien ninguno) a la hora de aprender las burdas y habitualmente erróneas escrituras que su paciente madre terminaba por transmitirle (7). Sin embargo Rauno, pocos años después (ya curtido en el idioma y conociendo algo más que el gruñido y algo menos que la primera letra del abecedario (8)), cansado de sus batallas con las feroces bestias de corral (las cuales ponían duramente a prueba las en absoluto limitadas capacidades estratégicas del pequeño (9)) y hastiado, al mismo tiempo, de su incansable práctica de lanzamientos de proyectiles a larga, media y corta distancia (cuanto más corta mejor, pues detestaba errar en este campo del conocimiento), comenzó a interesarse por todo aquello que había más allá de las tierras que amablemente habían sido cedidas por el Barón Wilfredo para su expolio, preguntando a todo bicho viviente con el que se cruzaba, incluyendo, sin dudarlo en este caso, a su anodino abuelo Soma (10).

Fue así como Rauno conoció gran variedad de hechos acaecidos allén de las tierras que tanto detestaba a tan corta edad: aventuras de grandes guerreros y bellísimas princesas; horribles dragones y ejércitos sin igual; impresionantes batallas y chismorreos de corte sin par. Todo ello (aderezado con esa pizca de insana imaginación generada por quien cuenta historias en las que no ha estado presente) acabó provocando en el joven Rauno un definitivo aislamiento del mundo del vasallo (11), a la vez que multiplicaba su curiosidad sin límites acerca de la vida caballeresca. A partir de aquellas historias contadas por el viejo Soma, Rauno dejó de trabajar la tierra lo poco que lo hacía, dejó de ayudar a su padre en el mercado lo poco que lo hacía y dejaba, a fin de cuentas y desde aquellos instantes, de arrimar el hombro en la difícil vida familiar del campesinado (para sustituir todo ello por el fantasioso y emocionante mundo guerrero -o al menos lo que Rauno entendía por tal- que se abría ante sus ojos).

Cierto día, no mucho después, y avivado por una extraña sensación de ansia febril no conocida hasta el momento, reunió Rauno más que suficiente cantidad de coraje y voluntad (aspectos ambos ampliamente conocidos en el rapaz por todo el pueblo…), y robó los pocos ahorros que su madre, durante muchos y muy difíciles años había logrado reunir (12). Con aquellas monedas compró entonces los apenas nulos servicios de un poco agradable anciano y ermitaño extranjero que por entonces residía no lejos de allí, y que, según se decía, había participado en más de una batalla formando parte de diversas levas (recibiendo asimismo más de un noble rasguño).

Rauno compró su entrenamiento como caballero (alquiló al cabo la instrucción en el noble arte de la guerra, el conocimiento sobre cómo quitar la vida; se hizo, en fin, con toda aquella desbordante sabiduría), y con el dinero sobrante (Rauno era consciente de su excelsa experiencia en el regateo), compró una increíble espada de fabuloso hierro oxidado.

Y así, amanecer tras amanecer, acudía Rauno a sus lecciones, aprendiendo y asimilando con increíble velocidad todo lo que obtenía al exprimir la incontestable mente de su nuevo maestro, el cual resultó tener por nombre Brune, y por afición, la bebida. Ambos, entre clase y clase (e incluso en medio de ellas, fueran éstas prácticas o teóricas), frecuentaban diversas tabernas o burdeles de la principal ciudad del gran Baronado (13), en malas horas y peores compañías, discutiendo sobre las estrategias de grandes batallas, aportando soluciones para la victoria del bando perdedor, gritando alabanzas a antiguos héroes, peleando en defensa de la justicia universal y bebiendo, pero sobre todo y más que nada, bebiendo (14).

Por entonces, al iniciar aquellas lecciones, tenía Rauno quince años, pero tan desarrollado estaba que podría pasar por un mozo de mucha más edad.

Fue un oscuro día de invierno en lo más profundo de la menos digna de las tabernas de Glarús, cuando Brune decidió que Rauno había aprehendido la magnificencia de la guerra y, a fin de cuentas, todo lo que conocía el mentor acerca del tema, comunicándoselo (de un modo que daría mucho que hablar en el lugar) a su camarada aprendiz:

-“¡Estás listo!(15).

Tres semanas habían pasado exactamente desde que el prometedor hijo de campesinos había reunido el coraje y la valentía suficientes para comenzar a forjar su destino, y estaban entonces por fin llegando los frutos; y con los frutos bien es sabido que se puede paliar el hambre; y si no hay hambre es que se ha comido; y si se ha comido se está fuerte y sano; y sólo así, de este modo, puede uno llegar a ser caballero.

Rauno ya había cambiado.

Su moral había sido pervertida en sólo veintiún días.

Ahora era mucho más cruel.

Al día siguiente se levantó dolorido como nunca (debido sin duda a la enorme resaca provocada por la excelsa celebración del día anterior), pero por lo menos se había despertado en su propio camastro. Eso ya era un buen comienzo. Cogió las mejores botas de su padre, la mejor capa de su hermano mayor, la mejor ropa del segundo de sus hermanos, el mejor gorro de su madre (esto último sólo son suposiciones), y le reclamó a su joven hermana la vaina para la espada que le había mandado hacer a cambio de su silencio (16), saliendo luego a la puerta de la casa: su familia habría de despedirlo.

No hubo lágrimas, ni llantos, ni gritos de júbilo, cuando lo más apreciable era la digna mirada henchida de orgullo de Jonblar y la tristeza gris en los ojos de Datia. Nadie abrazó a nadie, mas, como último detalle, Rauno montó la mejor mula que tenía la familia, ni siquiera se despidió cuando partió a lomos de su cabalgadura y desapareció por el frío y nevado camino del norte en dirección a la fortaleza del Barón Wilfredo.

Rauno, con actitud despectiva, cruzó el pueblo; y con mirada desconfiada, cruzó el bosque; y con gran alivio llegó a otro pueblo; y con nueva desconfianza atravesó otro bosque. Fue en éste mismo donde Rauno (lección bien aprendida de Brune) hizo sonar el cuerno, el cual con su sonido avisa, a aquel que lo escuche, de las buenas intenciones del portador. Pero de lo que nunca le advirtió su antiguo maestro, fue que ese mismo sonido puede servir de reclamo, tal vez no a uno o dos salteadores, pero sí a un grupo más o menos organizado. Y eso fue exactamente lo que sucedió: poco después de emitir aquel ronco aviso (ya con los músculos más relajados y hasta admirando de vez en cuando el paisaje), aparecieron en el camino, frente a el, a unos veinte metros, dos (indudablemente) salteadores de caminos. Rauno desenvainó confiado su pesada espada y bajó de la mula, caminando en actitud claramente provocativa hacia los salteadores (los cuales sacaron del cinturón sus cuchillos), quienes emitieron un extraño sonido.

Y aparecieron dos más por la retaguardia (en ese momento la mula escapó o se la quedaron los bandidos, no se sabe a ciencia cierta) y tres a la derecha del camino; y cuatro por la izquierda… A nuestro héroe no le salían las cuentas (se hacía un lío a partir del tres), le temblaban las piernas, sudaba a raudales, sus manos y brazos de repente no tenían fuerza, su orina alcanzaba la tan ansiada libertad y sus heces en breve lo harían; no podía caminar, ni centrar su mirada en un punto fijo… estaba perdido, no… ¡¡estaba a punto de morir!!

Y murió.

Se cree que alguno de los salteadores le cortó la cabeza (no de un solo golpe, no; no fue tan estética la acción (17)). Algunos dicen que luchó como un gato salvaje (en cuanto pudo tranquilizarse, suponemos), y otros cuentan que los salteadores lo tuvieron muy difícil, pues hasta llegaban a confundir los agudos gritos que brotaban cual histérica fémina de la garganta de Rauno, y sus excéntricos movimientos con una violenta posesión demoníaca; el caso es que en este punto de la historia confluyen demasiadas variantes de entre las cuales ninguna se encuentra correctamente demostrada.

De este modo acabó la única oportunidad que tuvo (en toda su historia) la familia Bokjart de truncar la carrera campesina de su estirpe, gracias a los tesoros que el joven Rauno les enviaría durante su exitoso futuro. Pero lo que sus familiares no supieron, ni sus enjutas mentes sospecharon jamás (a excepción tal vez de su bonita hermana), es que el joven campeón nunca les habría ayudado en nada; eso nunca lo haría; pero sólo yo lo se. Sólo yo.

Desde aquel día el cuerpo del desdichado comenzó a pudrirse al lado de aquel camino.

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(1)-Tengamos en mente que esta pequeña historia -inmersa por supuesto en acontecimientos de mayor relevancia histórica- acaba siendo situada en torno al año mil después de nuestro señor, época en la que Europa se encontraba en una nueva situación política, económica y social que hemos dado en llamar feudalismo: el poder estatal se había disgregado en unidades autónomas; la economía era rural; y una minoría controlaba las masas de campesinos, siendo dueña de las tierras y de los medios de producción. Según hemos podido entender, esta situación fue justificada ideológicamente como la única posible en una sociedad cristiana.

(2)-…Y teniendo en cuenta lo muy acostumbrados que se encontraban los integrantes de la extensa familia Bokjart a pastorear, sembrar, recolectar, pagar, pagar y pagar lo impagable al noble bajo cuya protección vivían sin duda mucho más felices y seguros que bajo el terrible mandato de los bárbaros que de continuo asediaban al Barón sin que el grandioso Rey aparentemente actuase en defensa de los nobles delegados administrativos de sus extensos y gloriosos (y desafortunadamente poco fértiles) territorios…

(3)-Tenemos constancia de que el apodo “nariz torcida” sobrevino tras una reyerta en una taberna en la que el fuerte Jonblar se enfrentó a tres mercenarios (y cinco gigantes) que se disponían a abusar de alguna que otra joven que por allí pasaba en inoportunos momentos. Nada más se supo nunca de los tres mercenarios (ni que decir sobre los hipotéticos gigantes), los cuales, después de romperle literalmente la cara a Jomblar (amén de varias costillas y un brazo, mal curado y para siempre en peor estado) y después también de abusar de la chiquilla que habían escogido, desaparecieron tranquilamente por el nevado camino del norte.

(4)-La familia Bokjart estaba integrada por el gran Jonblar -cabeza de familia- y por su dulce y oronda pelirroja esposa Datia, y el mayor de los hijos llamado Braden, y el segundo de sus hijos llamado Jocalt, y el tercero de sus hijos llamado Bradon, y el cuarto de sus hijos bautizado Pelio, y la quinta -y en exceso soñadora- hija Bandia, y el sexto de sus hijos llamado Traco, y el séptimo y más valiente llamado Rauno; y también el imperecedero abuelo Soma y su (por descontado) aparentemente inmortal segunda esposa llamada Pesca.

(5)-Históricamente no podemos demostrar ninguno de dichos apelativos, salvo “séptimo”, claro, lo cual fue cierto.

(6)-Un parto difícil como nunca se recordaba en el lugar; al pequeño diablo le costó salir, entre los gritos y estertores, los llantos y los aullidos de la dulce y (hasta el momento) pausada Datia, aparentando el jabato por entonces una apatía sin igual y un “dejarse llevar” por la situación, que en el futuro no dejaría de acompañarle allá donde fuese.

(7)-Poco después de empezar las lecciones semanales, lo había dado Datia ya por imposible, y tan harta y cansada estaba de la educación en general (tantos habían pasado ya por sus cuidados) que no tardó en delegar dicha cuestión a sus hijos mayores, Braden y Jocalt, los que, sorprendentemente, se tomaron la educación de su hermano más pequeño muy, muy, muy poco en serio.

(8)-Contaba por entonces nueve primaveras nuestro querido protagonista.

(9)-Una de las escaramuzas (incluida en posteriores estudios sobre las estrategias del joven Rauno) más espectaculares, tuvo a bien en sucederse en el mismo centro del corral. Éste, en toda su extensión, era cruzado diagonalmente por una especie de riachuelo, objetivo tanto del agua de una pequeña fuente cercana, como de los residuos familiares de los Bokjart; tal riachuelo tenía, en sus extremos, dos pequeños puentes de madera fabricados cariñosamente por Jonblar muchos años atrás.

Rauno había llegado tarde al corral aquella noche; estaba en esta ocasión acompañado por dos de sus generales: dos gatos salvajes que participaban con el mismo énfasis que el pequeño en la masacre de las aves; la familia estaba en el mercado; el perro estaba encerrado. El momento era inmejorable.

Sin previo aviso, pero consciente de las fuerzas que le esperaban al otro lado del paso, Rauno, cruzando el puente en solitario, atacó al grupo de temerosas aves que estaban al otro lado; pero esta vez le estaban esperando: antes de poder atravesar el puente por completo, tres grupos de gallinas lideradas por tres gansos, arremetieron sin piedad hacia las piernas del valiente; las fuerzas empezaban a fallarle. Ante la debilidad, tres grupos más de gallinas y los dos restantes de ocas que estaban parapetados en la entrada de las instalaciones de descanso de las aves, acudieron con presteza para abatir de una vez por todas a su mortal y eterno rival. Pero en el fondo todos estos movimientos habían sido calculados por el gran capitán: antes de decidirse a cruzar el puente en solitario había mandado los dos gatos salvajes bordeando el ríachuelo amparados en la oscuridad hasta llegar al otro puente; éste estaba débilmente defendido por un pequeño grupo de cuatro gallinas y un gallo, los cuales, en el momento del ataque de Rauno en el puente sur, y ante la victoria segura de las aves, habían decidido confiados dejar sin vigilancia el puente para acudir a la batalla participando en la derrota del titán. Craso error: los dos gatos salvajes pudieron así cruzar el puente sigilosamente y bajar hasta la posición de su jefe, atacando por la retaguardia y creando tal caos y confusión entre las gallinas, que los gansos no se vieron posibilitados para reaccionar, ni siquiera pudiendo movilizar a sus aliados sorpresa (los cuatro pavos que recientemente había adquirido jonblar en el mercado -debido a la extraña disminución de las aves de corral- y que ya estaban al corriente de la guerra entre aves y humano) pues, en realidad, el primer movimiento de Rauno fue atrancar la puerta del anexo al corral en el que estaban estas peligrosas criaturas.

Una gran victoria.

(10)-Una de las historias que más influyó en Rauno fue una de las primeras que su abuelo le narró: la historia transcurría en un remoto reino, muchos años atrás, en el que un apuesto caballero de fuertes brazos y reluciente armadura llegaba tras un largo viaje a un castillo en el que era recibido por muchas bellas y jóvenes vírgenes sin ropa que…

(11)-Vasallo. Del céltico GWAS, latinizado VASSUS / VASALLUS = hombre, esclavo. Designa, lo mismo que la palabra hombre (homo), a la persona que ha prestado homenaje a un señor. Homenaje: del latín HOMINIUM / HOMINAGIUM = acción de convertirse en hombre de un señor.

(12)-Cuando tanto Jonblar como Datia se percataron de la terrible ausencia de aquellos ahorros (en absoluto desconfiaron del perfecto Rauno), cayeron todas las culpas (y los golpes) sobre la pobre e inocente Bandia, la cual recibió tal somanta de palos y durante tanto tiempo, que una de sus dos muy bonitas piernas nunca se recuperó, al igual que su sonrisa, la cual desapareció para siempre -aspecto que también fue comentado durante mucho tiempo en el pueblo, por cierto-)

(13)-La ciudad de Glarús no destacó por su bella y fuerte muralla, ni por la bravura de su ejército, ni por la higiene y salud de sus habitantes, ni por la nobleza de su corte, ni por la justicia de su señor, ni por tantas otras cosas que, en caso de poseerlas, ya no sería Glarús, sino tal vez alguna otra ciudad amurallada, limpia y justa de cualquier otro importante lugar.

(14)-Si bien no puede demostrarse la veracidad de lo siguiente, hemos tenido a bien incluir un pequeño fragmento escrito, perteneciente a un historiador de Glarús que en su momento prestó mucha atención a la vida de Rauno; no es posible confirmar su veracidad, como decimos, precisamente por una extraña obsesión que residía en este historiador con respecto al protagonista y todo aquello que le rodeaba. Ahora presentamos el documento para que el lector saque sus propias conclusiones:

Aquel día de invierno en el que las tropas del Barón Wilfredo defendían las fronteras del norte, yo presencié cómo el maldito Rauno Bokjart (¡mil cuervos devoren a ese hijo de loba y a toda su familia!) apuñalaba a traición a mi muy querido hijo Fribourg, después de que mi muy añorado y valiente primogénito intentase defender a un anciano, del robo que estaba realizando el hijo de mil perras muertas…

(15)-Esto es, a día de hoy, lo que se cree que dijo Brune a Rauno el día en cuestión, existiendo de todas formas, varias versiones sobre las palabras exactas e incluso sobre el sentido de las mismas en aquella corta frase, pues el gaznate del mentor había sido bañado con abundante vino del sur y aguamiel del norte, pagados con las últimas monedas que Rauno había ofrecido por sus clases.

(16)-La joven Bandia, después de la paliza a la que la sometieron sus padres (y al silencio de su hermano Rauno (cuando ella recibía los golpes), que fue quizás lo que más le dolió, pues la pequeña desde el principio supo quién había robado las monedas de la familia) se dedicaba a vagar por los bosques en pos de los pájaros, melancólica; a observar el reflejo de su bonito rostro en los estanques, apesadumbrada. Pero un día de verano Rauno la descubrió desnuda en el río cercano a la vivienda familiar, bañándose al lado de un anciano comerciante de piel flácida y carcomida. Después de lo que siguió al baño (acto observado con sumo interés por parte de Rauno, quien hasta el momento había visto a muchas ancianas copulando, pero nunca a una joven y por ende, menos a su propia hermana), el viejo y adusto personaje dejó caer unas míseras e ínfimas monedas al lado del cuerpo tumbado y exhausto de Bandia, quien se encontraba gimoteando levemente, guardando aquellas podridas monedas en una bolsita de cuero que sin duda contenía algunas más, pero ni por asomo todavía la misma cantidad que le habían acusado de robar.

(17)-Un peregrino en sempiterno viaje hacia el campo de las estrellas, alertado por el irritante sonido que provenía de lugar no lejos de donde se encontraba, presenció la muerte del caballero Rauno Bokjart a manos de unos infames asesinos y salteadores de caminos; nadie advirtió su presencia, por lo que pudo contar lo acaecido, aunque por poco tiempo, pues las terribles imágenes que desgraciada y atentamente observó lo sumieron en la locura; nunca llegó a aceptar que aquellas acciones pudieran existir en la naturaleza humana por corrompida que esta estuviese: espiar aquella decapitación arruinó su equilibrio mental. Antes de caer en el pozo de la locura, de todas formas, escribió lo presenciado, y recientemente se han hallado copias del manuscrito (al parecer muy extendido entre aficionados de la época a este tipo de sucesos macabros) que no nos hemos atrevido a reproducir en esta historia.

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